Friday, September 30, 2005

3) CINTAS LATINAS PIONERAS

-Los nombres olvidados.
-"Vistas animadas" en Chile en 1897.
-Una cinta mexicana de 1899.
-“Ejercicio General de Bombas” en Valparaíso, 1902.
-Cintas oficiales pioneras.
-Películas a un peso el metro en México.
-“Santa”, de Federico Gamboa.
-Las exequias de Amado Nervo en las pantallas latinas.
-“La banda del automóvil gris”, éxito mudo mexicano.
-Un festival de cine en Chile en 1902.
-"Manuel Rodríguez" y “La agonía de Arauco” en 1910.
-Ciertos Realizadores pioneros de México hasta 1920.
-Ciertos Realizadores pioneros de Chile hasta 1925.
-Del Teatro al cine.
-Tito Davison dirige a María Félix.
-Los cineastas pre-dictadura de Pinochet en Chile.

Muchos de los nombres pioneros del Séptimo Arte internacional se han olvidado: muy pocos se han rescatado. En México, sí se sabe que en septiembre de 1897, “el joven estudiante de ingeniería, Salvador Toscano Barragán encargó a los propios hermanos Lumiére un aparato “Toma vistas”, se lee en "Noticias de México", aunque se intuye que ya existían otros en el país. El encargado por Toscano, sin embargo, fue un fuerte impulso para la entronización del nuevo arte: él abrió su propio Cine en las calles de Jesús María número 17, donde narran los cronistas, las breves películas eran animadas por la música que salía de los cilindros de cera de un enorme fonógrafo marca Edison. Fue un éxito inmediato, y antes de que acabara ese año, Toscano trasladó su proyector a un salón más amplio y cómodo en la esquina de Plateros y Espíritu Santo (hoy Madero e Isabel La Católica). El joven ingeniero filmó algunas de las primeras "vistas", como nombraban a las imágenes proyectadas, que se ubican en México, sobre personajes de la época y eventos importantes, que siguió rescatando durante muchos años: parte de ese rico archivo se ha preservado bajo el título de “Memorias de un mexicano”, legado restaurado.
En nuestros países latinoamericanos, desde los comienzos del cine, la casta especial de hacedores no fue pobre, ni mucho menos. En Chile, la investigadora de cine Eliana Jara Donoso ubica el inicio de la historia fílmica del país en el mes de mayo de 1897, cuando el fotógrafo de la ciudad de Iquique Luis Oddó Osorio, dueño de la tienda Su Casa Fotográfica exhibió en el Salón de la Filarmónica de la ciudad, "vistas", tituladas gráficamente como "Una cueca en Cavancha" y "Cuadro La Caridad" ("representado por señoritas de la localidad"); el hecho quedó registrado en el diario "El Nacional" de Iquique, el 10 de junio de 1897, donde se da cuenta del programa de las "vistas" exhibidas y comenta: "anoche se ensayaron con espléndido éxito las nuevas vistas que exhibirá el señor Oddó en Santiago. ¿No podrá concedérsele que diera unas cuatros o cinco exhibiciones más?".
En México, la primera película con argumento data de 1899. Seis años después por la prensa de entonces, se sabe que esta cinta, de pocos minutos como era usual en la época, se exhibía regularmente en los cinematógrafos incipientes: de ella se sabe que era una breve versión del clásico “Don Juan Tenorio”. En 1905 se estrenaron más de doscientas películas cortas en la Ciudad de México, en los dos o tres salones estables con que contaba la capital. Algunos de los títulos de estas vistas importadas eran: “El Beso en las Primitivas Edades”, “Un Provinciano en París”, “La Linterna Mágica”, “Cásense y Verán”, “El Hombre de Treinta y seis Cabezas”, “Curiosidades de una Portera”, “Escenas de Pullman”, y al menos, una película extraordinaria que se seguía viendo con agrado: “Viaje a la Luna”, de G. Meliés. Junto a estas breves cintas, se inscribían dramas en todo el sentido de la palabra: “El Remordimiento”, “El Honor de un Padre”, “La Vida por la Patria”, “Los Desamparados”, “Los Niños Vagabundos”... Ese año, Salvador Toscano ya ofrecía regularmente sus notas de actualidad, y los espectadores podían ver: “Guanajuato destruido” (donde se podía apreciar el terrible daño causado a la ciudad por una inundación), “Carreras de Caballo” (filmada en el Hipódromo de La Condesa, con la asistencia del Presidente Porfirio Díaz), “Corrida de Toros”, “Carreras de Automóviles”, “La Covadonga de México”, “Jota Bailada por la Bella Romero”, “La Villa de Guadalupe”, “Calzada de Chapultepec”... que se exhibían con notas de actualidad enviadas desde el extranjero, pero que llegaban con tanto retraso que esas “actualidades” eran casi historia: “La Huelga de Obreros en Rusia”, “La Revolución en Rusia”, “Alfonso XIII en París”, “Gran Incendio en Denver”, “La Guerra de Transvaal”... en 1905, además de la sala del ingeniero Toscano, otro cinematógrafo formalmente constituido era el de Enrique Rosas, que funcionaba en el entonces Teatro Circo Orrin. Rosas, al igual que Toscano, tenía su propia cámara de Cine para tomar eventos de actualidad, y pronto anunció películas mexicanas: cada semana ofrecía un rollo con los momentos más emocionantes de las corridas de toros celebradas los domingos en La Condesa; el 25 de junio anunció el programa siguiente:
“La Empresa Nacional Rosas de espectáculos cinematográficos da hoy dos últimas funciones anunciando entre otros cuadros el titulado “El Pequeño Pulgarcito”, cuento animado. “Treinta Años o la Vida de un Jugador”, tomado de escenas de ese antiguo drama. Y la reproducción del desfile fúnebre de la comitiva que condujo los restos del embajador don Manuel Azpiroz." Así el programa era completo: un cuento para niños, un drama que mostraba a un hombre caído en su desesperación al arruinar a su familia por su vicio, y, finalmente, el éxito que significaba ver las calles de México y hasta algunos rostros conocidos en ese “Desfile Fúnebre” ocurrido unos días antes, cuando llegó a la capital el cadáver del embajador de México en USA, Manuel Azpiroz, muerto cumpliendo sus funciones en Washington. El que se anuncie “dos últimas funciones” se debía que el empresario Rosas decidía trasladar su salón cinematográfico al Teatro Riva Palacio, para ofrecer entre películas números de Variedades que hiciera más atractivo el espectáculo: nadie lo sabía entonces, pero también eran los inicios del Teatro de Revistas, que, una década después, y por no corto tiempo, destronaría al cine como entretención masiva.
Por su parte, el ingeniero Toscano, asociado con un señor Barreiro, de inmediato alquila el desocupado Teatro Orrin y amplía sus actividades cinematográficas. En octubre de ese año, 1905, se lee: “Los señores Toscano y Barreiro presentarán vistas y cuadros de ilusionismo completamente nuevos, entre ellos figura la sensacional serie histórica “La Noche de San Bartolomé”, “Un Ladrón de Caballos”, “El Pirata del Río”, “El Camino del Verdadero Amor”, “Los desamparados” y otras muchas vistas de gran mérito. Sabemos que se traerán también los cuadros últimos de los campeonatos de pugilato en San Francisco, California. Los precios para el moralizador espectáculo son de 75 centavos la luneta y 25 las gradas.”
Ya desde entonces la competencia entre las salas de exhibición era una lucha enconada para atraer público. En el mes de noviembre un programa de Rosas dice: “Las vistas que tanto gustaron anoche en el Riva Palacio se repetirán hoy, como el "Reinado de Luis XIV". En los intermedios la Máquina Parlante Imperial del siglo XX dará interesantes audiciones.” (Esta "máquina parlante" era un fonógrafo común y corriente, pero aún constituía novedad en la época; lo de “imperial” era por su tamaño: un tanto más grande que los en uso entonces). Por su parte, el ingeniero Toscano hacía la lucha con lo que tenía: “En el Teatro Orrín se verificará esta tarde una función cinematográfica con un Biógrafo Edison de gran claridad y fijeza en las vistas. Entre otras que han sido muy aplaudidas figuran “El Sueño de un Jugador de Caballos”, acabada de recibir de París, “El Asalto y Robo a un Tren Expreso”, “La Ingratitud Castigada”, “La Caperucita Roja”, “Distracciones Inocentes en un Día de Campo”. Este programa, correspondiente al 29 de octubre de 1905, como se ha leído, anuncia en México el estreno de “El Gran Asalto al Tren”, la primera película de éxito inusitado en todo el mundo de la época, como citamos: la cinta fue filmada en los Estudios de Edison, se dijo, en 1902, y logra su momento culminante cuando uno de los bandidos dispara francamente a la cámara, lo que causó delirio entre los espectadores; la estrella era Mae Murray, de quien tomaría el nombre una estrella que brilló con luz propia unas décadas después.
En marzo de 1906, Enrique Rosas anunciaba el siguiente programa en el Riva Palacio: “La empresa anuncia para hoy dos funciones en las que se pondrán en proyección las vistas de gran interés que se relacionan con las fiestas presidenciales en Yucatán, y que por la magnitud y el lujo en ellas expresados vale la pena de ir a ver estas vistas que darán idea cabal de aquellas. Son las siguientes:
Salida del Señor General Díaz de México
Bahía de Veracruz
El Muelle
El Cañonero Bravo
El Puerto de Progreso
El General Díaz desembarca en Progreso
El Presidente en Mérida
Vista Panorámica de Mérida
El General Díaz visita el Instituto
La Señora Romero Rubio de Díaz visita la Catedral y el Obispado
El Lago de La Colonia de San Cosme
El General Díaz Sale de Mérida
El Presidente se Despide de Yucatán.”
Por primera vez el espectador de la Ciudad de México veía cómo era en verdad la Bahía de Veracruz, el puerto de Progreso, Mérida en la legendaria Yucatán, conocida hasta ese momento solo por fotografías de relativa claridad.
A comienzos de 1907, en el Salón Vista Alegre del D.F., tiene lugar el estreno de la primera película mexicana realizada con argumento histórico nacional del país: “El Grito de Dolores”, de Felipe de J. Haro, donde el mismo director interpretaba al héroe Miguel Hidalgo: de aquella cinta se conserva solo una pequeña crónica sin pie de firma aparecida en el diario “El Imparcial”, en que se señalan los errores y anacronismos de la película, que hoy, a pesar de todo, sería vista con deleite por los cinéfilos. Una breve lista de películas documentales exhibidas ese año y realizadas en México, de acuerdo a los programas de la época es: “Veracruz”, “Combate de Flores en México”, “Los bomberos del Pueblo”, “Tehuantepec”, “Ceremonia del 18 de julio”, “El 15 de Septiembre de 1907”, “Regreso de Europa del Cadáver del Torero Montes”, “Desfile de Rurales”... En octubre de ese año aparece el primer programa del célebre Salón Rojo, como anotamos, el más famoso en la era del cine mudo: en él se anuncia una película que mostraba actividades de un visitante norteamericano en México: Mr. Roolt, y fue filmado por Julio Kennedy, director de la entonces recién instalada Compañía Explotadora de Cinematógrafos. Por su parte, Enrique Rosas, en su doble labor de empresario y camarógrafo, no dejaba escapar de su ojo avizor todo acontecimiento del México de entonces. Luego ponía a la venta sus rollos que eran peleados por los exhibidores de todo el resto del país. Una muestra publicitaria aparecida en periódicos de ese año dice, copiamos textual en mayúsculas y entre afirmativos:
“¡CINEMATOGRAFISTAS! La exposición de Coyoacán es una espléndida película cinematográfica. Tenemos la satisfacción de manifestar al público que hemos logrado obtener una magnífica película de la exposición de Coyoacán el día de su apertura, inaugurada por el señor General Don Porfirio Díaz, Presidente de la República; el señor don Guillermo Landa y Escandón, Gobernador del Distrito, y distinguidas personas que los acompañaban. En dicha película, tomada especialmente por uno de los principales socios de esta casa, el señor Enrique Rosas, notable para estos trabajos, se reconocerá perfectamente a las personas que asistieron al acto oficial de la apertura, así como los principales ejemplares expuestos en dicho certamen. La película a que nos referimos es digna de todo encomio, pues tiene una fijeza tal que nada, absolutamente, se diferencia de las producidas por los más reputados fabricantes europeos. La Compañía Explotadora Cinematográfica Rosas, Alva y Cía., que tiene sus oficinas en la calle de Gante número 1, pone a la venta varios ejemplares al precio de UN PESO EL METRO, y del domingo en adelante alquilará varios ejemplares a precios convencionales. La Academia Metropolitana, que es uno de los salones más reputados por el excelente cinematógrafo que allí alimenta, será la primera que estrenará esta importante película, y el público concurrente a esta sala será altamente complacido. Pasad a verla las noches del 25 y 26 de noviembre, que se exhibirá en la segunda, cuarta y sexta tanda con otros verdaderos estrenos de esta Compañía.”
En 1909, para conmemorar las fiestas del Centenario de México, la llamada Unión Cinematográfica (otra de las empresas que entonces había nacido en el rubro) filmó una película con ambiente histórico, que según los diarios de la época causó gran expectación, a pesar de que no tenía nada que ver con la Independencia, pero presentaba a uno de los más grandes héroes aztecas: Cuauhtémoc. La cinta se anuncia así: “La empresa del Cine Club exhibirá el jueves 14 de julio de 1910 la grandiosa vista histórica mexicana intitulada “El Suplicio de Cuauhtemóc” representada por actores mexicanos y tomada en el lugar de los acontecimientos. Esta es la primera en su género sacada por la ya potente negociación de películas Unión cinematográfica S.A. la cual está hoy surtiendo a los principales salones de la capital y fuera de ella.”
Ese año 1909 había comenzado con la exhibición de la cinta realizada por Gustavo Silva con el viaje realizado por el Presidente Porfirio Díaz a Manzanillo, en diciembre de 1908, y con motivo de la inauguración del ferrocarril desde México a ese puerto. El camarógrafo Silva, contratado al efecto por la Secretaría de Educación Pública, vio así anunciado su trabajo en los diarios de la época: “¡EL VIAJE DEL SEÑOR PRESIDENTE A MANZANILLO EN CINEMATÓGRAFO!. En la sala de actos del Consejo Superior de Educación se efectuaron anoche las pruebas de la película cinematográfica tomada durante el viaje presidencial a Manzanillo con motivo de la inauguración del ferrocarril a aquel puerto del Pacífico. Las pruebas fueron presenciadas por el señor Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, licenciado don Justo Sierra; por el señor Subsecretario, licenciado Exequiel A. Chávez; por el Teniente Coronel Porfirio Díaz, hijo; por el señor licenciado don Pablo Macedo y por el señor don Luis G. Urbina. La película en cuestión tiene una longitud de más de quinientos metros y reproduce los detalles más interesantes del viaje y del camino... Es notable la precisión de todos los detalles más culminantes reproducidos por la película: el paseo por la bahía a bordo del “Ramón Corral”, la presentación del Comandante del “Catinat”, la recepción en Colima, el desfile y la recepción en Guadalajara y los banquetes en Manzanillo; todo, todo puede verse con claridad y exactitud. Sabemos que dentro de pocos días se hará la exposición de esta película cinematográfica ante el señor Presidente de la República en la residencia de nuestro primer Magistrado, o bien en el hermoso salón de actos de la Escuela Nacional Preparatoria.”
En efecto, según la prensa de la época, el Presidente vio la película unos días después y tuvo palabras de elogio para el nuevo invento y el camarógrafo que la filmó. Se anuncia que "el país entero la está pidiendo para verla", aunque los periódicos de la época no mencionan quién fue el distribuidor oficial bendecido por la Secretaría de Instrucción y Bellas Artes para explotarla.
El año 1909 es señero en la evolución de la historia del Séptimo Arte en México. En junio se inaugura la sala más espectacular que era posible construir: El Alcázar, situado en la calle de Ayuntamiento justo frente al mercado de San Juan: es en realidad en Latinoamérica el primer Teatro de Variedades que nace como consecuencia del cine. La publicidad de la época dice: “¡El más bonito y elegante de México! ¡El verdadero Music Hall! ¡El que ofrece mayor libertad y mayores comodidades al público, pues con un solo precio podrá circular por todas las localidades y permanecer en él todo el tiempo que guste disfrutando de un selecto programa! Único local en México que facilita a las familias, a la vez que ven el espectáculo, tomar en el foyer alto exquisitos refrescos, helados, café, chocolates, etc, servido con todo esmero por uno de los más acreditados establecimientos de la capital. Primera vez que el público disfrutará de “Promenoirs” o lugares especiales para permanecer de pie viendo la función. Para inaugurar este salón la empresa ha contratado a famosos artistas de variedad en Europa y Estados Unidos, que están ya en camino, comenzando por los aplaudidos Emma y Víctor, las “Marionettes” del profesor Dantel, los hermanos Areu en sus nuevos bailes y el radiante número luminoso de Emma y Fhryné. Hoy martes “Soiree” la invitación dedicada a la prensa de la capital. Mañana 23 de julio de 1909, desde las 5.30 P.M. permanencia en el salón el tiempo que se desee. Entrada, 50 centavos. Palcos y plateas, 3 pesos. Para comodidad del público participamos que de la Plaza de Armas sale el tren del Niño Perdido que pasa en la esquina inmediata a la puerta del teatro. Los trenes de Atizapán, San Ángel, La Merced y Lucerna, a espaldas de él, y los mismos de bajada pasan frente a El Alcázar.”
Un mes antes, el empresario Jacobo Granat toma a su cargo el Salón Rojo. Desde luego, Granat anuncia de inmediato la contratación de un pianista (Jesús Martínez), “quien da vida a las películas por su facilidad para improvisar en el piano la música adecuada para el asunto representado”. En la publicidad del Salón Rojo de esa época se cita a las casas productoras cinematográficas más importantes del mundo, esparciendo sus películas en todos nuestros países latinos: “Cansado el público de ver siempre las mismas vistas desde hace varios años, y para mejorar el espectáculo culto y favorito de nuestra mejor sociedad, esta empresa ha hecho un contrato con el señor Teófilo Pathé, el verdadero fundador de la casa Pathé Freres. Dicho señor, único que ha podido llevar el ramo del cinematógrafo al grado que está actualmente e inventar cosas increíbles, ha abierto una fábrica por su cuenta, y todas las producciones de esta nueva fábrica tienen la exclusiva de este Salón Rojo, y para que la distinguida concurrencia que favorece este centro de reunión no esté obligada a ver las vistas que produzca una sola fábrica, como hacen otros salones, se han celebrado contratos con las mejores del mundo, de las cuales citaremos además de Pathé, a Beaumont, Looks, Radios, Italia Film, Baleigh and Roberts, París; Hispano de Barcelona; Deutsche de Berlín; Edison de Estados Unidos y muchos otros.” (Entre estos últimos, que se enclavan desde esa época en Latinoamérica, se pueden citar: Gaumont, Film D’Art y Eclair de Francia; Ambrosio de Italia; Nordisk de Suecia y Dinamarca; la American Mutoscope Co., American Vitagraph Co. de Nueva York; la S. Lubin de Filadelfia y la Poliscope Co. de Chicago).
Otro salón mexicano, el Academia Metropolitana, realiza en nuestros países latinos el primer intento por sonorizar las películas. En los diarios de la época (septiembre de 1909) se lee: “Hoy se anuncia el estreno del Aparato Pathofeno, o sea el perfecto sincronismo presentado por primera vez en esta capital y cuya perfección mecánica se debe a la constancia y sabiduría del reputado fabricante Pathé, que siempre ha triunfado en cinematografía. Hoy se presentan once estrenos de Arte y el último invento de fotografía a colores, que es un nuevo prodigio alcanzado por Pathé." Pero el Pathofeno fue un fracaso, y muy rápidamente se suprimen y siguen proyectándose las primeras películas mudas animadas por la música del pianista de sala. En el mismo Academia Metropolitana, ese mes de septiembre, el cine es presentado como difusor científico. Se lee: “Se está preparando una serie de conferencias en las que el profesor de operaciones, doctor Aureliano Urrutia, presentará en películas cinematográficas algunas de las operaciones más notables por él practicadas últimamente. El jueves se exhibirá esta interesante película ante el señor licenciado don Justo Sierra.” Esta misma sala, en octubre, exhibe una película que muestra, paso a paso, como nunca antes en el cine latino, la entrevista que ese año mantienen el Presidente mexicano Porfirio Díaz y William Howard Taft, a la sazón gobernante de USA. Dirigió la cinta Enrique Rojas, pionero del alto nivel de los noticieros filmados en nuestros países, y que también aportaría su talento enorme de cada día para que se atrevieran nuestros camarógrafos a hacer los primeros largometrajes. En México la primera película propiamente tal como las conocemos hoy, se llamó “1810 o Los Libertadores de México”, y fue filmada por Carlos Martínez de Arredondo y Manuel Cirerol Sansores, quienes la realizaron íntegramente en Mérida, donde la estrenaron antes de exhibirla en la Ciudad de México, el 15 de septiembre de 1916. En el programa de ese día del Teatro Hidalgo, se lee:
“A las 8.30. Acontecimiento sin precedente. Estreno en México de la primera película nacional de arte, obra de la empresa Yucateca Cimar, de los señores Martínez de Arredondo y Cirerol Sansores. “1810 o Los Libertadores de México”. Drama histórico patrio en varias escenas y ocho grandes partes, presentado por primera vez en Mérida con éxito sorprendente durante quince días consecutivos en el Teatro Peón Contreras. Principales personajes: La Corregidora de Querétaro, señora Vicenta García Rey. La Madre Patria, señora Carmen Bertrán. Carmen, señora Elena Vasallo. El Cura de Dolores, el señor Leopoldo Varela. El Corregidor, señor Felipe Max Silva. El Intendente Riaño, el señor José Viñas. Allende, señor José Pacheco. El Alcalde, señor Luis Romero. El Capitán Arias, el señor Manuel Albertos. El indio mexicano, el señor Felipe Bravo, alias Guayabo. Nicolás, el señor Armando Cornejo. Hermanos Lucas y Martín, señores Manuel Cicerol y José Estrada. El padre Gil de León, el señor Leopoldo Salcedo. El argumento de esta obra fue escrito por el ilustrado poeta yucateco don Arturo Peón Contreras. A las 11 en punto de la noche, que marcará el reloj de la película a la misma hora que el reloj de Palacio, se tocará el Himno Nacional. Plateas con seis entradas, 18 pesos. Palcos primeros con seis entradas, 12 pesos. Luneta, 3 pesos.”
En febrero de 1918 se estrena “Tabaré”. En el diario El Universal se lee una crónica de Rafael Pérez Taylor (un cronista que apoyaba decididamente la necesidad de crear un cine estrictamente latino, que firmaba como “Hipólito Seijas”): “Ha sido el triunfo definitivo de la cinematografía nacional. Bien puede decirse que después de la última producción “El Tepeyac”, “Tabaré” es la primera película seria y artística que se ha grabado en México. Exequiel Carrasco, quien hizo “La Luz”, es el que tiene derecho a la primacía del elogio y la alabanza, porque su labor fotográfica es espléndida, porque posee el ojo avizor para escoger en el paisaje el detalle culminante, el momento oportuno, la luz vigorosa, y casi diré que Carrasco es el Rembrandt en los contrastes de las tonalidades cinematográficas...”
El mismo cronista reseña, un mes después, el estreno de “La Muerte Civil”: “Décima producción nacional. El drama de Giacometti fue estrenado en el año de 1863, y el Conrado ha tenido intérpretes maravillosos desde Rossi a Zacconi, y ahora un grupo de artistas audaces encabezados por Demezzi y el conocido fotógrafo señor Tinoco, llevaron a la pantalla esta obra italiana llena de escollos y aunque las escenas se desarrollaron conforme al libreto, en una población calabresa y después de la dominación barbónica, el “ajustador” cinematográfico no tuvo inconveniente en cambiar la época trasladándola a la Colonia Roma, San Ángel, Tizapán y San Juan de Ulúa...” En junio de ese mismo 1918, el Salón Rojo es abarrotado de espectadores por varios días, a propósito del estreno de la primera cinta que trata el milagro de las apariciones de nuestra Señora de Guadalupe. Porque, si bien hubo otros intentos de llevar al cine el tema, es, de hecho “La Virgen de Guadalupe”, de Geo D. Wright, el primer acercamiento serio. Los diarios de la época trataron bien la cinta: “Evoca una bellísima tradición que acaricia el corazón del pueblo mexicano”; “es una obra cinematográfica producida con verdad, veneración y que no debe confundirse con ninguna otra que con ese título se haya exhibido anteriormente”; “Bellísima en su factura, conmovedora en su desarrollo”... Entonces, el Vicario General de la Iglesia Católica en México, don Antonio J. Paredes, declara: “Habiendo visto la película, hemos encontrado que los hechos están enteramente conformes con la tradición de este suceso tan hermoso y tan importantes para la vida religiosa, y por lo mismo no vacilamos en recomendarla.” El mismo Geo D. Wright entrega en esos días sus “Escenas Maravillosas de México”, que la promotora de cine Alvarez Arrondo y Cía. anunció así en los periódicos: “Esta película lleva las siguientes vistas: Corazón de México, Industrias Pintorescas, Jardines Flotantes, Mercados en Días Festivos, Una Hacienda Moderna, La Venecia Mexicana, El Pulque, La Mejor Planta, La Ciudad de Plata, Vida y Costumbres de un Pueblo, México Arquitectónico. ¿A cuántas de estas preguntas podría usted contestar? ¿Cómo se produce la luz eléctrica en México? ¿Cuál es la planta más útil del mundo? ¿Cuál es la ciudad más antigua de América? ¿En qué población tienen como principal industria la explotación del mosco? ¿En dónde se construyó el primer templo azteca? ¿En dónde está la presa de agua más grande del mundo? ¿En dónde se encuentran los más ricos minerales de plata? ¿Cuál fue la primera aguja y el primer hilo que usaron manos humanas?. La contestación a estas preguntas y a centenares más las encontrará igual en “Escenas Maravillosas de México”, que fueron tomadas bajo la dirección de Geo D. Wright en un año de trabajo y a un costo de más de cincuenta mil pesos. La irreprochable tarea de fotografía fue hecha por el señor D.W. Gobbett, uno de los mejores fotógrafos cinematográficos del mundo. Por la exclusiva de este notable film para la República, Alvarez Arrondo y Cía., pagaron la cantidad de veinticinco mil pesos.”
El 13 de julio de 1918 se lee en los periódicos la invitación al público para asistir al Teatro Olimpia a ver la primera versión de “Santa”, la célebre novela de Federico Gamboa, que en la época sonora se filmaría nuevamente con un éxito inusitado en toda América. “Santa” -se anunciaba entonces-, “significa el mayor esfuerzo de la cinematografía nacional; es un bello tríptico cinematográfico cuyas partes corresponden a las tres etapas de la vida de Santa: pureza, vicio y martirio. Cada parte del tríptico va precedida de actitudes simbólicas de la notable bailarina Norka Roskaia. Contiene hermosísimos paisajes de Chimalistac y México, e interesantes escenas en que palpita la vida nacional; es una película eminentemente moral... Director artístico, Luis G. Peredo. Operador, Manuel Becerril. Ediciones Camus.” Por esos días, el empresario Alvarez Arrondo estrena en un salón diferente, otra cinta con el mismo título de “Santa”, pero, obviamente, no basada en la novela de Gamboa, y, justamente, en ello basaron su publicidad: “Estamos conformes conque nuestra película “Santa” no es la misma tomada de la novela del señor Federico Gamboa. Nuestra “Santa” no ataca a la moral; somos nosotros los que queremos que no se confunda nuestra “Santa” con la anunciada por G. Camus. Pedimos al público mexicano que vea ambas cintas y de su opinión. Alvarez Arrondo y Cía., no tiene “Santas” apócrifas ni pretende engañar al público con plagios audaces, ya lo sabe usted.” Lo cierto es que el público elegiría la “Santa” de Gamboa: en 1943, cuando se realiza la versión sonora en la época de oro del cine mexicano, de inmediato se convierte en un clásico latino. También en 1918, en los inicios, se puede leer en los programas del Salón Rojo la exhibición de una película sobre México filmada en Italia; desaparecido todo vestigio material de la cinta, sólo podemos citarla mencionando lo que dice el programa: “Abril 10. Colosal estreno. Vista de Arte de gran expectación. Una florida página de la historia patria. “El Último de los Aztecas”. Episodio de la Conquista de México. Seis partes maravillosas que evocan la heroicidad de la noble raza azteca. Poema de amor realizado durante la estancia en los dominios de Moctezuma, del audaz conquistador Hernán Cortés, del famoso Pedro de Alvarado y otros de sus aguerridos capitanes. Geraldine Farrar, la hermosa e insigne artista italiana, es la protagonista de la heroína azteca, hija del último emperador. Esta hermosa película revive las gallardas figuras de Cauautemóc, Moctezuma, Tlaloc y otros reyes mexicanos. Mañana debutará la celebrada tonadillera, cupletista y bailarina Pilar Conde, y Luis Sola, el rey de la jota, y el aplaudido pianista Tomás Ruiz López.”
El año 1919 fue muy fecundo para la cinematografía de México. Los directores comenzaron a exponer sus obras desde el mismo 1° de enero. En la publicidad de la sala Olimpia de ese día se lee: “El más grande esfuerzo de la cinematografía mexicana. “¡Caridad!” Siete grandes partes. La película mexicana más bella y más interesante. De ingenua comicidad para los niños, de hondo sentimiento para todos. Composición escénica y dirección artística de Luis G. Peredo. Intérpretes principales: Gilda Chávarri, Guillermo Hernández, José O. Morales, María de la Luz Contreras, Ricardo Beltri, Salvador Alcocer.”
El ya mítico Teatro Virginia Fabregas (inaugurado en 1900), y provisoriamente usado como salón cinematográfico, sirve en mayo de ese 1919, para exhibir otra película mexicana: “María”, basada en la popular novela de Jorge Isaacs ("¿Quién no tiene una María muerta en su corazón?”, se preguntaba Justo Sierra). El director de la cinta fue Rafael Bermúdez. También en esos días surge un nuevo noticiero mexicano, que el público acoge de inmediato: “Señores cinematografistas: La Revista Semanal México número 2, está lista para alquilarse. Los principales tópicos de esta revista son: Ceremonia en el Panteón Francés en honor de los que de México fueron a morir por la Francia. Fiestas francesas en el Tívoli del Eliseo. Inauguración de la exposición de legumbres y flores en la dirección forestal de Coyoacán. Modas, Agricultura, Ceremonia Cívica en honor del aniversario de la muerte del ilustre don Benito Juárez. Distribuidor, Gonzalo Varela.”
El estreno de “Cuauhtemóc” a fines de julio levanta polémica en El Demócrata (1° de agosto de 1919) el crítico indica: ...“Cuauhtemóc” debió ser una película grandiosa porque grandioso es el tema histórico en que se basa; debió ser extraordinaria porque películas ordinarias ya hemos hecho muchas, y sobretodo porque en la nueva cinta nacional ha tenido directa participación un operador importado. Decímoslo sin ironía, cuerda y serenamente. El señor Roberto A. Turnbull fue traído desde Estados Unidos ex profeso para esta película, debía haber superado consiguientemente a nuestros operadores, y la verdad es que no ha superado a Carrasco ni a Becerril, fotógrafos indígenas... “Cuauhtemóc” es una buena película, nada más, y conste que no incurrimos en contradicción, porque ser buena no quiere decir que sea grandiosa, y un Cuauhtemóc que no es grandioso, es un absurdo.”
En Excelsior del 26 de septiembre de 1919 se critica otro estreno de entonces: “Dos Corazones”, con la Super Estrella en la época, Mimí Derba; dirigida por Francisco D. Lavillete, y basada en una novela de Adolph Bellot (Helene et Mathilde): “No escatimamos aplausos a la Águila Films. Esta película fue estrenada ayer ante un numeroso público invitado ex profeso en el Salón Olimpia. En tesis general la película constituye un paso más dado en el camino del éxito. El asunto es interesante, y entre los actores hay rasgos buenos. Los sitios elegidos para las diversas escenas que ocurren al aire libre fueron señalados indudablemente por el ojo experto de un artista pues son de una belleza innegable. Si los artistas en algunas ocasiones no demuestran esa espontaneidad, esa naturalidad que son cualidades características entre los ya avezados en achaques cinematográficos, culpa es de su falta de práctica. Hay escenas poco movidas que pueden cansar, y otras demasiado largas que de seguro traen alguna fatiga, y más entre nuestro público, que acostumbrado a la permanencia voluntaria en los salones, no se conforma con ver media docena de rollos, sino gusta de admirar la docena completa. No con el fin de herir susceptibilidades, sino con la sana intención de ayudar en algo al progreso de la industria manufacturera de películas y con ello al Arte de producirlas buenas nos permitiremos hacer estas observaciones: El operador le tuvo horror a los primeros términos y así la cinta se desarrolla toda en segundos y terceros; de lamentar es también que en la mayoría de los cuadros los personajes se muevan siempre a la misma distancia del aparato, tal como si este estuviera clavado en un mismo sitio; esto cansa la vista y hace sumamente tediosa cualquier escena. Por último, el mismo operador se preocupó demasiado por los paisajes y olvidó lo principal: los personajes, que en varias ocasiones aparecen borrosos, a tal grado que se confunden sus caras, siendo difícil distinguirlos aún en pasajes que desarrollan en interiores. Si las observaciones que hacemos pueden ser remediadas en futuras producciones, la nueva empresa de películas tendrá forzosamente que triunfar. Es necesario que en México triunfe la industria que tantos miles de pesos produce en nuestro país para los extranjeros.”
En noviembre de ese año se estrena “Confesión Trágica”, basada en el poema “Fray Juan” de José Velarde (“Seis capítulos, 1.500 metros. Films Colonial”). En la publicidad periódica se anuncia que las escenas interiores fueron tomadas en el Convento de Tepozotlán. El día 15 de ese mismo mes de 1919, se exhibe en el Salón Rojo la filmación de las exequias del poeta Amado Nervo en Uruguay. El programa dice: “Sus últimos momentos, su muerte, su sepelio y los homenajes a su cadáver por el gobierno y el pueblo uruguayo. Esta interesante y conmovedora película, la única y auténtica mandada tomar por el gobierno del Uruguay, y de la cual obsequió una copia a nuestro gobierno como un recuerdo histórico, se exhibirá hoy como un obsequio al público y en homenaje al glorioso poeta.”
Termina 1919 con el estreno de una película que había de convertirse en la más alta expresión popular del cine en la época muda mexicana: “La Banda del Automóvil Gris”, de Enrique Rosas. Fue tal su éxito que, de inmediato, a una película norteamericana que llega se le cambia el nombre por el de “El Automóvil Gris”; Rosas, que había demorado más de un año en narrar a su manera la historia de los célebres asaltantes en el país, de inmediato acude a los tribunales y la cinta norteamericana es quitada de cartelera para volver con el nombre de “El Automóvil Rojo”, de inmediato, Germán Camus también realiza su propia versión sobre la banda de asaltantes, y, nuevamente Rosas se queja, obligándosele a este a quitar la palabra “Gris”, ya debidamente patentada; sí, esta última se estrena “La Banda del automóvil”; la publicidad la apoya así: “Película mexicana en episodios. Ediciones Camus. Novedad efectiva, acontecimiento único, suceso extraordinario. La primera película mexicana en episodios. Glorificación real de la cinematografía mexicana. Doce episodios de arte, intriga, emoción y risa. Película de actualidad y sensación... Auténticos y lujosos interiores, bellísimos panoramas de México. Película elaborada en los Talleres de la Sociedad Anunciadora Mexicana." "Títulos de los episodios:

La Dama Enlutada
Robo a la Casa del Banquero
El Detective Maclovio
El Misterio de Doña Victoria
La Aprehensión
La Historia de Ricardo
El Buen Juez
Una evasión sensacional
El Gran descubrimiento de Maclovio
Hijo por Hijo
El Corralón Trágico
El Triunfo del Amor.”

Al final la justicia se impuso, y la original “Banda del Automóvil Gris” de Rosas, cuando es estrenada alcanzó un triunfo absoluto en los veintiocho cines que formaban el circuito del Olimpia, la sala que la acogió por vez primera. Desde entonces hasta ahora la cinta ha perdurado como un excelso ejemplo del buen cine inicial de Latinoamérica. En ella intervinieron Joaquín Coss y Dora Vila, Juan Canales de Homes, Manuel de los Ríos, María Mercedes Ferris, María Teresa Montoya, Valentín Asperó, Miguel Ángel Ferriz, Ernesto Finance y Russo Conde. En la publicidad de la época se anuncia que “contó con la asesoría del policía Juan Manuel Cabrera: aprehensor personal de la mayoría de los miembros de la Banda”, quien tomó parte como actor también.
El argumento se debió al periodista Miguel Mecoechea, quien no debió imaginar que escribía para la historia del cine. Un mes después, en periódicos de la época, se lee: “Señores empresarios: “El Automóvil Gris” ha batido todos los récords cinematográficos hasta hoy establecidos. El récord de las exhibiciones en un solo día: 19 salones. El récord de los espectadores en un solo día: 40.233 personas. El récord de la entrada bruta en su primera salida de la capital: $ 4.012,40 en una noche en Veracruz. El récord del cartel, porque después de un mes de exhibirse en la capital aún se sigue proyectando en los cines de más importancia, agotándose las localidades. El récord de la demanda, porque aún de las plazas más lejanas se reciben a diario solicitudes de las empresas. Para atender a esas solicitudes va a ser necesario suspender las exhibiciones en la capital y ya estamos formando los itinerarios que seguirá cada ejemplar en su gira.” Lo cierto es que esta película de Enrique Rosas, su éxito en toda América, dio esperanzas al cine que se hizo en los comienzos en nuestros países: lo inflamó, por decirlo así.

En Santiago de Chile, en marzo de 1902, uno de los primeros cines de la capital, el “Apolo”, ubicado en la calle Victoria antes de la de San Francisco, anunciaba (en un programa que se conserva) la exhibición de “Carreras en Viña”: las carreras de caballos en Viña del Mar despertaban entonces tal interés que el Ministerio de Industria disponía la salida de trenes especiales “para conducir a las personas que desean asistir a las carreras”. La cinta, sin embargo, pasó inadvertida: los periódicos no dejaron testimonio del día exacto del programa ni menos referencias sobre su autor. Al parecer éste síndrome de no firmar sus películas, común a los primeros directores latinoamericanos, tuvo una misma causa: era mal visto el cine como actividad “oficial” (más incluso para quienes actuaban que para quienes las dirigían). Como en todo el mundo, el cine en sus inicios fue considerado un espectáculo de ferias y jamás vehículo del Arte. Así, el 26 de mayo de 1902, se anota el estreno en Valparaíso de otra cinta: “Ejercicio General de Bomberos”, un acto realizado por los bomberos un mes antes. En septiembre de ese mismo año, un incógnito director filma la visita de la delegación enviada a Chile por el gobierno de Argentina a la ratificación de un tratado político. El suceso es registrado minuciosamente y el público se entera por el incipiente cine: justo es decir que en nuestros países, en principio, el cine comenzó como un vehículo de información inmediata de los acontecimientos sociales. Así en un programa del entonces cine Variedades de Santiago (para una especie de Festival de cortos nacionales realizado entre el 9 y el 21 de octubre de 1902, pionero de esta clase de exhibiciones), destacan las cintas (de uno a tres minutos de duración): “Desfile del Congreso”, “El Te Deum del 18 de septiembre”, “El buque San Martín en Aguas Chilenas”, “El Torneo Militar del 23 en el Club Hípico”, “Cuecas en el Parque Cousiño”, “Paseo de Huasos a Caballo”, “Parada Militar del 19 de Septiembre en el Parque Cousiño”. Sin que se haya registrado el nombre del director en ninguna de ellas. Las cintas que llegaban en esos días a Chile desde el extranjero tampoco venían con la identificación de su hacedor: la primera que llegó firmada fue “Un Viaje a la Luna” en 1903, de George Meliés, que se adelantó en el uso de sobreimpresiones, fundidos, cámara lenta y otros efectos que el cine chileno hizo suyos a partir de la época. Los directores franceses, desde entonces, entraron sin contratiempo en el mercado chileno: los primeros fueron Charles Le Bargny y “sus películas de arte” (así se le comienza a citar en programas de finales de la década de 1910) como “Napoleón I”, “El Asesinato del Duque de Guisa”; Louis Feuillade y su serie “La Vida Tal Cual Es”. Y, por supuesto, Max Linder, que es una superestrella en la época. Aparentemente, en Chile quienes primero firman su trabajo son los camarógrafos Julio Cheveney y Arturo Larraín Lecaros, en su registro de la celebración de la Independencia y el funeral del presidente Pedro Montt, cuyos restos eran trasladados desde Alemania donde falleció en 1910.
El primer director de cine reconocido en Chile es Adolfo Urzúa, quien, siendo profesor de teatro del Conservatorio de Santiago, es contratado por la Compañía Cinematográfica del Pacífico para crear la primera cinta argumental: “Manuel Rodríguez”, estrenada el 10 de septiembre de 1910. De esta cinta no quedaron vestigios, pero la reacción de la prensa de la época fue favorable; en El Mercurio se lee: “La historia es buena. Los paisajes han sido elegidos con cuidado y las escenas están presentadas con corrección. Las mujeres que salen a besar la imagen que lleva el lego deberían tener una indumentaria menos cuidada. Hay soldados que hacen disparos sin cargar sus rifles... De todos modos la empresa es digna de encomio”. El cronista del diario El Ferrocarril es más entusiasta: “Una de las vistas más hermosas que se pueden ofrecer al público, por ser en primer lugar patriótico, pues vemos los hechos más emocionantes de la vida agitada del guerrillero Manuel Rodríguez y en segundo lugar por sus paisajes”. Nada se sabe con relación al nombre de los intérpretes, pero, al menos se rescata el de su director, siendo Adolfo Urzúa quien abre la lista de no pocos pioneros en ese mundo sin sonido aún, época de la que podemos citar a Gabriela von Bussenius (“La Agonía de Arauco”, una llamada de atención a la extinción irremediable de la raza araucana, estrenada el 26 de abril de 1917); Arturo Mario: un notable director argentino avecindado en Chile, que, como actor, fue protagonista de “Nobleza Gaucha”, uno de los máximos exponentes del cine mudo de Argentina. En Chile, Arturo Mario filmó: “Alma Chilena” (1917), “Todo por la Patria” (1918, basada en la obra teatral “El Girón de la Bandera” de Luis F. De Retana), “La Avenida de las Acacias” (1918). En 1919 hace su aparición José Bohr, cuando filma su primera cinta: “Por un Tubo”; luego hace “Mi Noche Alegre”” (1920), “El Desarrollo de un Pueblo” (1920), “Esposas Certificadas” (1921)... Bohr, emigrado a México, realizaría una interesante labor en la época de oro del cine azteca. En 1920 Arturo Mario realiza su última cinta en Chile: “Manuel Rodríguez”, en que retoma la figura del guerrillero campesino, pero ahora inspirado en la novela “Durante la Reconquista” de Alberto Blest Gana. Ese mismo año de 1920 aparecen nombres como Pedro J. Malorán (“Cuando Chaplin Enloqueció de Amor”), y Armando Rojas Castro. “Uno de Abajo” fue estrenada el 25 de octubre de 1920, en el cinematógrafo Alhambra de Santiago. Fotografía y argumento de Armando Rojas Castro para la productora chilena Minerva Films. Un diario de la época la califica “primera película de trascendencia social en Chile”, por el argumento que gira alrededor del alcoholismo. Casi de inmediato Rojas Castro viaja a especializarse en Alemania; a su retorno aportará lo aprendido y su ánimo por varias décadas en el Instituto de Cinematografía Educativa, el segundo en su índole, así como en la creación de los estudios de Chile Films.
En el Chile de entonces los ídolos eran los mismos que en todas partes donde el cine estaba: Chaplin, Douglas Fairbanks, Pearl "Perla" White, Mary Pickford... En 1921, sin embargo, un actor famoso del teatro que se hacía en Santiago, Pedro Sienna, se inicia como director con “Los Payasos se Van”, y su popularidad le permite competir en el mercado sin esfuerzo: una encuesta de favoritos del cine, realizada por La Semana Cinematográfica, mayo de 1920, ubica a Sienna junto a los antes nombrados, más Max Lynder, Theda Bara, Buster Keaton... Sienna es la primera estrella que Chile reconoce en su cine. Otras de sus cintas son “El Empuje de una Raza” (1922, con argumento de Víctor Domingo Silva”); “Un Grito en el Mar” (1924) que, según la prensa de la época es no solo un logro comercial sino también artístico: “Por un lenguaje coherente y equilibrado”. Otra de las cintas de Pedro Sienna fue “El Húsar de la Muerte” (1925), inspirada en la vida de Manuel Rodríguez, el recurrido campesino chileno que tomó las armas en la época de Independencia del país. Obtiene la Medalla de Oro en uno de los primeros festivales de cine realizados en Latinoamérica, el de La Paz, Bolivia, en 1925.
Otro director notable de la época muda del cine en Chile es Carlos Cariola: “Don Quipanza y Sancho Jote” (1921). Cariola era una de las grandes figuras del teatro popular cuando, como varios de sus compañeros, decide incursionar en el cinematógrafo; en su inicio se inspira francamente en Mark Sennet, sin embargo, ya en su segunda película: “Pájaros Sin Nido” (1922) hace un cine más personal. También destacan Carlos Borcosque: “Hombres de esta Tierra” (1923); “Traición” (1923, en que aparece como su ayudante de dirección Tito Davison, que luego realizaría una interesante trayectoria en el cine internacional: en México, en 1948, dirige a María Félix en “Que Dios me Perdone”); “Martín Rivas” (1925, basada en la novela de Alberto Blest Gana); “Diablo Fuerte” (1925, en que llama la atención de la prensa y del público las escenas filmadas desde un avión, inéditas en el cine chileno)... Borcosque, luego trasladado a Buenos Aires, siguió una fructífera carrera en el Cine de Argentina. Otro: Alberto Santana, que inicia su trabajo a partir de “Por la Razón o la Fuerza” (1923) y “Corazón de Huaso” (1923); el crítico del diario Las Últimas Noticias, 31 de mayo de 1923, indica: “La técnica en esta cinta hace gala de gran nitidez en la impresión de la fotografía, de efectos como virajes, intercalaciones, efectos de luz y esfumaciones”; “El Odio Nada Engendra” (1923); “Esclavitud” (1924); “El Monje” (1924, inspirada en el poema homónimo de Pedro Antonio González. La película denuncia sabia y dramáticamente los excesos del fanatismo religioso, a través de la historia de un monje enamorado de una mujer imposible que se vuelve loco); “Como Don Lucas Gómez” (1925, según un argumento tomado de la obra teatral de Mateo Martínez Quevedo, sátira de la sociedad del Santiago de esa época que “es acogida con gran interés sextuplicando en cuatro meses de exhibición el dinero invertido”); “Las Aventuras de Juan Penco Boxeador” (1925); “Mater Dolorosa” (1925, según la obra teatral de Enrique Lavedan); “El Caso G.B.” (1925, basada en un cuento de Gustavo Balmaceda, y rodada en Chile, Argentina y Brasil); “Las Chicas de la Avenida Pedro Montt” (1925)... Santana era uno de los directores de Vita Films, que tuvo una importante producción hasta 1929, cuando Santana decide emigrar y sigue luego su labor de director en países como Perú y Ecuador.
También destaca Antonio Acevedo Hernández: “Almas Perdidas” (1923, basada en su propia obra teatral de enorme éxito en Santiago de esa época). En su segunda producción: “Agua de Vertiente”, de la que también es guionista además de dirigirla, narra la historia de dos hombres, encarnación del bien y del mal, disputándose el amor de una mujer; como telón de fondo desfilan las pasiones y costumbres del pueblo chileno. En la cinta por primera vez en el país se imprime movimiento de rotación a la cámara (panorámica), durante la escena de una carrera de caballos. Otra novedad es un “desnudo artístico”, como se anuncia en la publicidad de la cinta; un periódico, eso sí, aclara que la protagonista se negó a filmar sin ropa, “siendo reemplazada por una modelo de la Escuela de Bellas Artes”. Otro de los primeros directores del cine pionero chileno fue Rafael Maluenda: “La Copa del Olvido” (1923, protagonizada por el galán más popular entonces en el país: Alejandro Flores. Según la crónica, el estreno de la película tiene una particularidad: por primera vez concurre públicamente al cine el Presidente de la República). Otro director es Nicanor de la Sotta: “Golondrina” (1924, basada en su propia obra teatral, de enorme éxito en la época muda del cine en países como Argentina, Ecuador, Perú y Colombia, además de Chile). De la Sotta luego filma “Pueblo Chico, Infierno Grande” (1925, en que, siguiendo la modalidad francesa y sueca del período mudo, arranca del entorno urbano y retrata la vida en un pequeño pueblo). Otros directores chilenos son Carlos Pellegrín: “Los Desheredados de la Suerte” (1924); Luis Romero: “La Tarde era Triste” (1924, inspirada en una poesía popular de autor desconocido: La Tarde está Triste / nieve caía... Fue filmada en plena cordillera de Los Andes chilenos; según un diario “los actores, sin trucos, protagonizan en vivo las escenas de acción, poniendo en riesgo sus vidas...”). Otro director es Roberto Idiaquez de la Fuente: “Bajo la Mirada del Cristo Redentor” (1924); “Nobleza Araucana” (1925, calificada por la crítica cinematográfica en ciernes de entonces, como “la más chilena de las películas, con una buena fotografía, argumento interesante, actuación inteligente y un desarrollo espléndido”). La cinta trata del despojo de tierras al pueblo Mapuche del sur de Chile, sin llegar a ser crítica y suavizada con una historia de amor. Destaca además Jorge Délano (Coke); “Juro no Volver a Amar” (1925, cinta por la que se atribuye a Délano y al electricista Luis Pizarro, la fabricación de la primera cámara filmadora “a la latina”, sobre la cual no se conocen mayores detalles, sólo que se construyó a partir de una cámara francesa que había llegado a Chile en fecha desconocida; en todo caso, la crítica destaca “una nítida fotografía”). En el año 1925, también filma Jorge Délano “El Rayo Invencible”. Luego recordaría en un tomo de sus memorias: “Alguien me dijo: haz una película sobre hípica. A la gente le gusta mucho. Entonces hice “El Rayo Invencible”: en el estudio me ocurrió un chasco, porque el laboratorista se atrasó en su entrega y la copia sin compaginar me la dieron el mismo día de la premiére. Así, el apresuramiento con que me enviaron los “tambores” de película no me dieron tiempo de revisarlos... En la parte culminante de la exhibición, rodada en el Club Hípico, los caballos empezaron a correr hacia atrás: la escena había sido pegada al revés y fue necesario suspender la función mientras se corregía este “pequeño” error, como tuve que explicar a viva voz para detener al público que pretendía destruir el Teatro Brasil, donde se estrenó. Sin embargo, la crítica a la cinta realizada por El Mercurio, el 2 de diciembre de 1925, dice: “Gran éxito. La gente se quedó sin entradas.”
Entre las heroínas del cine mudo chileno que hacían suspirar a los varones con sombrero de copa, encabeza la lista Isidora Reyé, diva de las primeras "vistas animadas", a quien se suman, entre otras, algunas actrices del teatro que desarrollan labores paralelas, como Hilda Blancheteaux, Gabriela Montes, Clara del Castillo, María Dalhberg y María Llopart, que fue enormemente popular en los primeros "radioteatros".
Si bien Gabriela von Bussenius, en 1917, fue la mujer pionera entre los directores de cine en Chile, no fue la única. También es dable mencionar a Rosario Rodríguez de la Serna; que filmó en 1925 uno de los éxitos de taquilla de ese año: “Malditas sean las Mujeres” (inspirada en la novela homónima de Ibo Alfaro, publicada en un periódico como era usual entonces: por entregas. La historia narra la tragedia de un joven galán víctima de una mujer al más puro estilo de la vamp del cine norteamericano, de moda en la época). Ese mismo año de 1925, surge al Cine chileno Eduardo Pérez Calderón, cuando estrena “La Ley Fatal”. Es Pérez Calderón uno de los primeros directores en obtener éxito unánime de crítica con esta cinta, no así de público, porque el tema que trata: el divorcio, era tabú entonces. El crítico Catón, en La Estrella de Valparaíso, el 10 de febrero de 1926, escribe: “Esta es una de las mejores producciones nacionales. Lástima que por la índole del argumento y la poca cultura cinematográfica de nuestro pueblo no tenga el éxito pecuniario que merece. Es nuestra primera cinta de tesis y es más que un ensayo”. En 1925, también surgió Juan Pérez Berrocal: “Canta y no Llores Corazón”. Pérez Berrocal era un popular actor melodramático cuando decide incursionar en el cine. Su fama teatral resistía cualquier crítica, aunque la cinta, según los cronistas de entonces, era meritoria en el momento, y tiene la particularidad de ser intento precursor del Cine sonoro chileno, cuando en la escena en que la protagonista debe cantar el tema de la película, Pérez Berrocal incorpora un recurso fonomímico y luego sonoriza sobre la base de discos. Fue sólo un intento pero marcó el precedente. Luego intenta perfeccionar el sistema sonorizando otro de sus filmes: “Canción de amor”, pero tampoco da los resultados esperados. Otros intentos de sonorizar el cine en Chile se hicieron en 1927 (“Un Viejo Amor”, de Piet von Ravenstein) y en 1931 (“Sombras del Pasado”, de Page Bros), pero la primera película realmente sonora en el país fue “Norte y Sur”, 1934, dirigida por Jorge Délano, que cierra formalmente la época muda en el cine chileno.
Una vez que el cine sonoro hizo su entrada y se crearon los primeros estudios adecuados, los directores pioneros chilenos hicieron un aporte desde el punto de vista estético, usando sin temor los exteriores y al mínimo escenas en cuartos cerrados; entre estos debemos destacar al citado Jorge Délano ("Escándalo", 1940); Eugenio Lignoro ("Entre Gallos y Medianoche", 1940); Patricio Kaulen ("Encrucijada", 1947); Miguel Frank ("Río Abajo", 1950), y José Bohr.
De la mano de estos directores surgen las actrices María Teresa Squella y Chela Bon, ambas provenientes de la Academia de Arte Dramático de Santiago; también destacan Gloria Lynch, Hilda Sour, Esther Soré (que el público llamaba "la negra linda"), Carmen Barros, María Maluenda y Ana González, una de las dos más célebres comediantes chilenas del siglo XX, la otra es Silvia Piñeiro, que en este 2001 se mantiene aún vigente por la televisión. Del mundo de la radio pasa con gran éxito al cine Malú Gatica, que se convierte en la gran diva del cine sonoro pionero chileno; ella llega a protagonizar cintas en Hollywood, Ciudad de México y Buenos Aires.
Entre los actores de la época pionera del sonoro chileno destacan, entre otros, Pedro de la Barra, Leo Marini, Hernán Castro Oliveira, Eugenio Retes, Lucho Córdoba y Arturo Gatica. Entre los galanes jóvenes que amaban las jovencitas podemos citar, entre otros, a Jorge Infante Biggs, Guillermo Yánquez, Enrique Riveros y Alberto Closas. En una encuesta pública realizada con motivo de los primeros cien años del cine en Chile, el actor favorito fue Nelson Villagra, que ha sido dirigido por directores señeros del país como Raul Ruiz, Miguel Littin y Gonzalo Justiniano. También fueron mencionados los actores Luis Alarcón y Jaime Vadell.
La historia del cine en Chile tiene etapas, como en todos los países en que el Séptimo Arte se hace protagonista. La etapa inicial se extiende entre 1896 y 1930, cuando el cine mudo chileno, en algún momento, se extiende por toda América y es enormemente exitoso. A ese período inicial le sigue una época sonora pionera no menos brillante; con una primera cinta formal con audio en 1934, aunque se hacían experimentos desde 1930. En esta época aparece la legendaria revista Ecran, pionera entre las revistas cinematográficas, que desde Chile ejerce su influencia crítica a toda América. Hay una tercera época que se identifica con la creación de Chile Films en 1942; hoy es una entidad privada que presta servicios tanto al cine como a la televisión. Una cuarta etapa comprende el período entre los años 1950 y 1960, cuando los nuevos realizadores "descubren" las cosas chilenas; los directores dan una mirada más profunda sobre el país; hay una búsqueda de la identidad nacional y se recurre a todo lo chileno, incorporando, por ejemplo, la música de nuestros compositores clásicos y los sitios que el pueblo ama. Cineastas señeros entonces, entre otros, son Naum Kramarenko ("Tres miradas a la calle", 1957, "Regreso del Silencio", que en 1967 se convierte en un fenómeno de taquilla local); Patricio Kaulen ("Largo Viaje", 1967); Germán Becker ("Ayúdeme usted Compadre", 1968); Miguel Littin ("El chacal de Nahueltoro", 1969); Raúl Ruíz ("Tres Tristes tigres", 1968; "Palomita Blanca", 1993); Helvio Soto ("Caliche Sangriento", 1969), y documentalistas como Patricio Guzmán, que rescata puntos neurálgicos de la sociedad chilena de esa época.
Esta utilización del cine como vehículo de búsqueda de una identidad es un fenómeno ligado al acontecer político de nuestros pueblos y se repite en otros países como Brasil, Argentina, México y Bolivia. En esos años, el cineasta Aldo Francia ("Valparaíso mi amor", 1969), organiza en Viña del Mar el primer Festival de Cine Latinoamericano: los realizadores latinos coinciden en sus intereses; a todos preocupa la pobreza y los problemas inmediatos de casa, alimentación y vestuario que enfrentan nuestros pueblos; alejándose del cine de entretención y politizándose los trabajos fílmicos cada vez más hasta la caída de la Unidad Popular y masacre del gobierno del Presidente Salvador Allende, en 1973. En esta etapa se calcula que casi un setenta por ciento de los cineastas parte al extranjero y se reparten en muchos países, como Alejandro Jodorovsky, que realiza una carrera exitosa en México ("El Topo", "La Montaña Mágica"), o Raúl Ruiz, que logra continuar su obra en Francia ("Fa Do Mayor y Menor", 1994; "Tres Vidas y una Sola Muerte", 1996, con un multifacético Marcelo Mastroianni; "Genealogía de un Crimen", 1997, con la bella Catherine Deneuve; "El Tiempo Recobrado", 1999; "Las Almas Fuertes"; "La Comedia de la Inocencia", 2000, con otra primera actriz: Isabelle Huppert...), que hacen a Ruiz el más internacional de los directores chilenos, con una obra reconocida en bases del cine como Cannes o Venecia, hoy es observado como culto por cinéfilos. También trabaja desde Francia Valeria Sarmiento, exiliada en ese país realiza sólidos mediometrajes ("La dueña de casa", 1975; "La nostalgia", 1979; "Gente de todas partes y gente de ninguna parte", 1980; "El hombre cuando es hombre", 1984; "El planeta de los niños", 1992). Entre sus largometrajes destacan títulos como "Mi boda contigo", 1987; "Amelia López O'Neil" (1990, filmada en Chile, con Franco Nero), y "Elle", 1995.
Entre los que se quedaron en Chile después de 1973, cuando se impone la dictadura militar, destaca Silvio Caiozzi ("Julio comienza en Julio", 1979; "La Luna en el Espejo", 1985; "Coronación, 2000), que junto a otros pocos crean en una etapa clandestina de totalitarismo, con trabajos en forma de vídeo que se exhibían principalmente en festivales, parroquias y universidades. Se anuncia el fin de la dictadura de Pinochet con la cinta "En Nombre de Dios", de Patricio Guzmán, en que se trata el papel que jugaba la iglesia en la defensa de los derechos humanos, sin embargo, "La Luna en el Espejo" del citado Caiozzi, es la cinta-ancla de esta época por varios motivos, citaremos dos: inéditamente se atreve a mostrar la horrible decrepitud de un militar retirado que mantiene de rehén a un hijo sobreprotegido, y nos entrega la sólida actuación de Gloria Munchmeyer como vecina de uno de los cerros de Valparaíso, que le valió la Copa Volpi a la mejor actriz del Festival de Cine de Venecia: esta actuación, más su papel como mujer violada y torturada en "Imagen Latente" (1988, de Pablo Perelman), fueron los argumentos del público para elegirla en una encuesta pública como la actriz de cine más destacada en los primeros 100 años del cine en Chile. Otras actrices citadas son Shenda Román (por sus papeles en "El Chacal de Nahueltoro" y "Tres tristes tigres"), y María Izquierdo, por dos cintas de Andrés Wood ("Historias de Fútbol", 1997, y "La fiebre del loco", 2001), que también filma "El Desquite" y junto a otros conforma una última etapa, la que se vive hoy, cuando finalizada la dictadura militar en 1990, el retorno de los exiliados reencuentra a los cineastas y la savia nueva se nutre de la experiencia extranjera dando inicio a un movimiento inédito cuyo inicio marcan, entre otros, "La Frontera" (1991, premiada en el Festival de Cine de Berlín), de Ricardo Larraín; Gustavo Graef-Marino ("Johnny Cien Pesos"); Gonzalo Justiniano ("Caluga o Menta", "El Niki", "Amnesia"); Sebastián Alarcón ("Cicatriz"); Cristián Galáz ("El Chacotero Sentimental"), Orlando Lübbert ("Taxi Para Tres"), y otros. A estas alturas los hacedores chilenos no se han alejado del tema político, pero también se concentran en otras temáticas humanas o simples anécdotas.
© Waldemar Verdugo Fuentes.