Friday, September 30, 2005

2) Y EL CINE LLEGA A LATINOAMÉRICA

-El kinetoscopio de Edison debuta en México y Chile.
-El cinematógrafo como “cosa del diablo”.
-Un elogio visionario de Amado Nervo.
-La única victoria del Teatro sobre el Séptimo Arte.
-El mítico “Salón Rojo” de La Ciudad de México.
-Las películas “de arte” pioneras.
-Primeros empresarios: lo que el público ve.
-Rechazo al Vitascopio y al Byoscopio.
-Los primeros ejemplares del “invento” importados.
-Primeras cintas filmadas en México.
-“Carreras en Viña”: intento chileno en 1900.
-Noticiarios pioneros.
-La primera revista especializada: Santiago, 1918.
-La imagen latina en los inicios de USA.
-El fantasma del Incendio: el Politeama de Santiago.
-La catástrofe de Veracruz, México.
-“Recuerdos del mineral de El Teniente”: pioneros.
-Antofagasta: Hollywood de Sudamérica.

Pocos meses después de que Thomas Alva Edison inventara el Kinetoscopio, en 1895, llegó la novedad a México y se ofreció al público. El complicada aparato lleno de carretes y de bandas por la que pasaba la breve cinta, hacía necesario acercar los ojos a la lente, y la mayor parte de las veces el espectador quedaba defraudado al descomponerse alguna banda, al romperse la cinta, al saltar un carrete de su eje, o por cualquier otro incidente común a las máquinas pioneras. Sin embargo, el kinetoscopio, incluso, tenía además un par de audífonos por los que se podía escuchar (aunque débil y rasposa) la música de un carrete de fonógrafo. Así, marzo de 1896 marca el comienzo de la cinematografía en
nuestros países latinoamericanos. Un escritor anónimo nos legó la crónica en “El Diario del Hogar”, del México de entonces:
“El kinetoscopio. Va a abrirse al público, en la segunda calle de San Francisco, una casa a donde podrá concurrir a gozar con ese magnífico aparato, invento del Sr. Edison. Invitados por el Sr. John R. Roslyn, pudimos asistir a presenciar los efectos sorprendentes del mencionado aparato. Por una lente se puede contemplar el movimiento de cualquiera de las figuras preparadas al efecto. El aparato lo compone un mecanismo electrónico que hace desarrollar una gran banda enrollada en carretes. En ella han sido tomadas 2.400 fotografías de cualquier cuadro vivo y con movimiento. Las fotografías instantáneas corresponden a cierta fracción del movimiento; el mecanismo está calculado de tal manera que ante la vista del observador, ante el lente iluminado, pasan sucesivamente 1.380 imágenes por cada medio minuto, de tal suerte que entre una y otra no hay solución de continuidad, haciendo tornar a la vida cualquier escena real y pasada.”
Sin embargo, el invento no fue de inmediato entendido con aceptación. En agosto se anunció la llegada de una máquina más sofisticada: el cinematógrafo de los hermanos Louis y Augusto Lumiére. Este sí causó sensación; hubo incluso entre los espectadores quienes lo llamaron “cosa del diablo” y, dice la crónica: “Abandonaban a toda prisa el local”. El primer programa de Cine que se publicó en México, decía “¡El espectáculo de moda! ¡El cinematógrafo Lumiére! Segunda calle de Plateros número 9. Se dará todos los jueves una representación de gala. Jueves 27 de agosto de 1896, primera representación de gala. Doce cuadros espléndidos. Por cada función, 1 peso. Funciones de las 5.30 P.M. hasta las 10 P.M." Los títulos de las primeras películas exhibidas de uno o dos minutos de duración, fueron “Jugadores de Cartas”, “El regador y el muchacho”, “El sombrero Mágico” y “Llegada de un tren” (“Muchos espectadores se asustaban al ver una máquina de ferrocarril acercarse a toda velocidad hacia donde ellos estaban sentados.”) Desde ese momento el Cine acaparó la entretención por excelencia. En 1898, el poeta Amado Nervo (en el diario “El Mundo”), termina su elogio al Cine exclamando:
“¡Oh, si a nosotros nos hubiese sido dado reconstruir así todas las épocas, si merced a un mágico aparato pudiésemos ver en el inmenso desfile de los siglos como desde una estrella, asistir a la marcha formidable de los mortales a través de los tiempos! ¡Cómo sorprenderíamos entonces al basto plan del universo!”.
En el México de 1900 el Cine era un espectáculo cotidiano. Aún el teatro tenía una buena cantidad de espectadores pero su primacía tenía las horas contadas. El primer golpe serio propinado por el Cine al teatro mexicano ocurrió durante la Cuaresma de ese año, cuando la sala cinematográfica Lumiére estrena “La Pasión de Jesucristo”: el primer largometraje (¡Tres rollos!), que la capital mexicana acudió a ver en forma masiva. Esta primera versión de La Pasión, realizada en Francia en 1899, ubicó al Cine como entretención por excelencia del pueblo. En 1901 Salvador Toscano viajó a París; a su regreso llegó con un proyector último modelo y un cargamento de películas, que hicieron insuficiente el salón que tenía en la calle de Plateros, y alquiló el vasto local que albergaba al célebre Circo Orrin, famoso en toda América, e instaló allí su salón nuevo: el Biógrafo Lumiére, donde se hicieron habituales las funciones rotativas, en que el público con su aplauso pedía una y otra vez que se repitieran las cintas, hasta que el público que aguardaba afuera alegaba lo suficiente como para que se iniciara la nueva tanda. Entre 1901 y 1904 las salas de Cine aumentaron decididamente. Una fábrica de cigarros famosa de esa época (“El Buen Tono”), montó su propia sala de exhibición, y el precio de entrada eran cajetillas vacías de cigarros El Buen Tono... Un programa de enero de 1904 de esta sala nos informa que allí se dio la primera versión que se filmó de “Don Quijote de la Mancha”. Parte del programa dice: “... noche a noche una multitud inmersa se regocija con las escenas de la vida de Don Quijote, que tiene una duración de más de media hora, pues la película tiene una longitud de más de 450 metros.” En 1905 el empresario Enrique Rosas presentó a su público un nuevo proyector: el Biógrafo Estereopticón; fabricado por Pathé Freres, que acapararía la cinematografía mundial hasta la Primera Guerra Mundial, cuando la producción norteamericana comienza a regir. Enrique Rosas anuncia su aparato diciendo que es “La perfección del cinematógrafo”. En 1906 se estrena en México la primera película policíaca en episodios, que se inscribe como el mayor negocio del Cine mudo; la película era de la Casa Pathé y se titulaba “Los rateros de París”, dividida en diez cortos episodios de un rollo cada uno, con los siguientes títulos:

Punto de Reunión de los Rateros
Charlatán y Pickpocket
Robo a La Sorpresa
Ladrón de Bolsas
Robo a los Aparadores
Desvalijador de Borrachos
El Golpe del Pañuelo
Ladrones Asesinos
Las Cuevas de Hales
La Recogida

Esta cinta, luego de ser estrenada en México, es exhibida en el resto de los países latinoamericanos que contaban con el nuevo invento, y su éxito la convierte en la mayor recaudación de entrada que se conoce de la época muda.
En 1906 era tal el éxito del Séptimo Arte que los cinematógrafos se habilitaban en cualquier salón más o menos grande, donde se acomodaban sillas -las más que se pudiera poner-, y quienes no alcanzaban a sentarse, simplemente esperaban afuera en abierta algarabía; a las puertas de las salas lo frecuente era un grupo de músicos (cuando la sala lo merecía), o simplemente una marimba que atraía a los curiosos: un sonoro timbre anunciaba el término de una tanda y el comienzo de otra. En Estados Unidos sucedía lo mismo, y cada semana surgían nuevos empresarios dispuestos a entrar en el negocio, que ya desde entonces se hizo fabuloso. Cada cual soñaba con comprar un proyector y conseguir unas películas, que da inicio al pingüe negocio de la venta de cintas. El primer anuncio que se encuentra en México anunciando películas es, justamente, de 1906. Dice: “Méxican National Phonograph Co. Prolongación del 5 de mayo número 77. Se ofrecen trece películas Edison sobre el terremoto de San Francisco”. El acontecimiento que entonces convirtió al mundo entero marca el inicio de la comercialización masiva de cintas en Latinoamérica: lástima que el mercantilismo que acompañó desde entonces al Cine no fuera aplazado, al menos, con un tema más cándido que un terremoto. Ese año se conocieron en México tres películas nuevas del galo genial G. Meliés; ya se había exhibido “Viaje a la Luna”, ahora se exhibieron “El Limpia Chimeneas”, “Un Crimen Desesperado” y “El Relojero”: esta última se lee anunciada como “iluminada”, pero no sabemos si el procedimiento es el coloreado cuadro por cuadro o sólo el truco (comúnmente utilizado entonces por algunos exhibidores) de colocar ante el lente del proyector un vidrio de color azul o rojo. También en esos días Casa Mutoscope de NuevaYork envía la primera película de auténtico terror: “La Mano Negra”, que recorrió en gloria y majestad toda Latinoamérica con un éxito estruendoso. Al finalizar 1906, la Ciudad de México contaba con dieciséis cines; y cada cual atraía al público como se le ocurría; un anuncio dice: “Academia Metropolitana. El cinematógrafo rey. El único que presenta las mejores vistas. El mejor salón, el más lujoso, más amplio, más higiénico, al grado de que las personas que lo han visitado salen de allí con diez años menos que cuando han entrado. Acudid para que os convenzáis.”
La situación no era diferente en otras partes. Por ejemplo, en España, un cronista popular que firmaba “X. Y. Z.” Publica en un diario de ese país en 1907 una nota donde da cuenta de exhibiciones en Madrid, rescatando curiosos datos, como el de ese “narrador” que, colocado cerca de la pantalla, dialogaba la cinta según la entendía, y al mismo tiempo hacía los ruidos incidentales necesarios. También anota la costumbre vergonzosa aún en práctica de mutilar las películas: el deleznable tijeretazo. La nota es de interés porque certifica que las costumbres usuales durante la época muda eran similares en Europa y América: “Voy a confesaros una modesta e ingenua predilección que no es sin duda propia de un hombre refinado: yo amo el Cinematógrafo, el Cine como lo llaman en Madrid, el Cinema, como lo llaman en París. Quizás porque hay muchos ingenuos, infinitos ingenuos que se hayan en mi caso, este espectáculo adquiere en todas partes un desarrollo incalculable. Hace un año en París había a lo sumo diez cinematógrafos públicos; hoy si no llegan a cien poco le falta. En los bulevares se multiplican los teatritos elegantes y coquetos donde por un franco se tiene una butaca y por cien céntimos un promenoir durante una hora por lo mínimo, una hora en que ve uno desfilar ante la gran pantalla la vida moderna en todas sus formas, en todas sus actividades. En Madrid el cinematógrafo es tan bueno y tan barato como en París y el cambio de películas más frecuente; hay además lo que podría llamarse entre actos de baile y un voceador que va narrando las escenas que se desarrollan en la pantalla, que finge los diálogos y que se encarga de producir otros ruidos complementarios, como por ejemplo cuando un grupo de gentes exaltadas pega a un individuo autor de un desaguisado (esto de pegar y de correr tras alguien es de rigor), los cohetes suenan en la sala con gran regocijo del público. En Italia el cinematógrafo es generalmente mediano: las películas truncas terminan en un abrir y cerrar de ojos: la avidez de la ganancia hace que ciertos explotadores de la popular diversión la acorten considerablemente a fin de aumentar las tandas o secciones. La mayor parte de las películas cinematográficas se hacen en París, después vienen los Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, en el orden en que están expresados.
“Hay tres clases de películas: primero, las de magia “trucadas”, generalmente con colores, mediante las cuales se reconstruyen los cuentos que deleitaron nuestros primeros años, como Barba Azul, Pulgarcillo, que en España y Francia han tenido gran éxito, Caperucita Encarnada, Gulliver y sus Viajes Fantásticos, etc. Esas películas son muy caras: a veces se necesita vestir comparsas enormes en sitios adecuados y pintar innumerables telones. Hay películas que cuestan diez y quince mil francos, pero como después se reproducen ilimitadamente y se alquila a buen precio dan créditos magníficos. La casa que ha hecho una de estas películas la posee en propiedad y a ella acuden otras empresas, ya para alquilarla, ya para comprársela cuando se trata de exhibirla en países lejanos.
“La segunda clase son las escenas de la vida real, cómicas o dramáticas. Estas se arreglan en las propias calles de las ciudades; sin duda al ver alguna que se desarrolla en pleno centro de París, os preguntaréis con curiosidad cómo han podido organizarse. Generalmente se escogen las horas de menos tráfico en la gran capital; la policía prevenida, mantiene el orden y las diferentes escenas para reproducir en las cuales hay comparsas numerosas, se arreglan no en un mismo día, porque esto no sería posible, sino exclusivamente aprovechando las mejores condiciones de luz. Después se constituyen esos desfiles, esas carreras, esas persecuciones que no terminan nunca y hacen reír a mandíbulas batientes o conmoverse hasta las lágrimas a los buenos papás domingueros y a sus familias, por ejemplo, “El Suicida Refractario”, “Los perros contrabandistas”, etc. Las escenas serias, los viajes, las ascensiones a las montañas, las pescas y cacerías, los paisajes diversos, en esos no hay truco y constituyen la parte más cautivadora, más interesante, más instructiva del cinematógrafo. ¡Cuántos países lejanos, cuántos admirables panoramas, cuántas audaces tentativas, cuántas expediciones hemos contemplado desde nuestra butaca en el rectángulo luminoso de la pantalla!. Hemos visto la pesca del jhon en las costas de Francia y los concursos de patines en los nevados valles de Suiza; hemos admirado los fiords noruegos alumbrados por el sol de medianoche y el derrumbamiento prodigioso del Niágara coronado de iris; los grandes concursos hípicos de Roma o Berlín, y las blancas peregrinaciones de los yates a través de los mares en pos de una copa de oro. ¡Cuánto nos ha enseñado el cinematógrafo! ¡Qué inmenso servicio presta a la ciencia y cómo va adquiriendo carta de ciudadanía en las aulas universitarias, en los salones de conferencias, en las escuelas primarias, dondequiera que se pretende ilustrar la inteligencia con la observación y con el espectáculo de la vida misma! ¡Qué felices serán nuestros nietos, que van a contemplar nuestra existencia, nuestros esfuerzos, nuestros dolores y nuestros triunfos, nuestras conquistas y nuestras derrotas, no en estampas de libros ni en páginas parciales o mentirosas, sino como en un espejo que retuviese incólume todas las imágenes que han desfilado frente a su cristal misterioso!” (X.Y.Z.)
En México, en 1908, la publicidad anotada en los diarios de la época para anunciar la inauguración del nuevo salón La Arcada, en la calle de Independencia, no deja de resultar simpática:
“La Arcada. Cinematógrafo vaudeville automático. Cada película que se exhibe en La Arcada es revisada por la empresa antes de exhibirla, asegurándose que las vistas sean del gusto de nuestra clientela, de manera que no les desagraden en lo más mínimo. La Arcada es el único salón cinematográfico que toma estas precauciones, pues la gerencia tiene mucho cuidado en no adquirir vistas inmorales, de manera que las puedan ver tanto las señoras como los niños, con la misma libertad como estuvieran en su casa. La orquesta es del Conservatorio de Música y su repertorio se cambia diariamente, el cual es traído de los principales centros de Europa y de Estados Unidos. Hay empleados uniformados que hablan varios idiomas y los cuales atenderán a las señoras con toda corrección. El salón del cinematógrafo está muy bien ventilado, con un amplio salón de espera enfrente que asegura que nuestros clientes no cogerán ningún resfriado antes de dejar ese lugar. Las vistas son las mejores y las más modernas que se pueden adquirir con dinero.”
Para atraer al público los empresarios inventaban innumerables argucias, unas más válidas que otras, como la de presentar números de variedades entre una y otra serie de películas. Hacia 1908 en México estas tandas de variedades se hicieron comunes y la idea se esparce al resto de América: el Teatro de Revistas, de hecho, deviene de esta idea, que fue desde un comienzo enormemente exitosa y obligó a los empresarios a la caza de “estrellas”, que casi siempre eran anunciadas como “la mejor del mundo en lo que hace”; es cierto que las más de las veces eran artistas de variedades desconocidos, pero también hubo excepciones, y no pocas. La crónica narra que el salón de Cine llamado Academia Metropolitana (en 1908) toca el cielo al contratar a una bailarina exótica de nombre Lydia Rostow, que se convierte en la primera estrella de estas tandas en atraer a verdaderas multitudes que, con el entusiasmo de los bailes sensuales, llegan a pedir a gritos más Lydia y menos películas: en un momento la Academia suspendió por completo la exhibición de películas y se centra en las variedades, convirtiéndose, de hecho, en el primer teatro de revistas que se conoce en México. Por los programas nos enteramos que, siempre con la Rostow a la cabeza, desfilaron en la sala un “hombre mono”, prestidigitadores, acróbatas, lanzadores de cuchillos, cómicos, etc.. El diario El Imparcial publica entonces una crónica acerca del género que surgió en México y que, en verdad, hasta ahora, constituye la única victoria del teatro sobre el Séptimo Arte:
“...la Academia Metropolitana, con su Hombre Mono, su Rieuse, y actualmente su Rostow, se ve lleno de bote en bote. El salón del Tarasquillo es el que da mejor la idea de la evolución efectuada en los espectáculos teatrales en el gusto y pudores del público. Nos encontrábamos entre la espada y la pared: teníamos que optar entre los cuadros moralistas, aunque cansados, del cinematógrafo, y los pocos edificantes de las tandas. Las familias al principio iban en masa a las vistas, pero en breve se aburrieron y entonces fue necesario detenerlo con cupletistas, prestidigitadores y bailarinas. Fue esta una transacción que tuvo el mejor éxito, pero alentados por él, los empresarios han ido insensiblemente ilustrando las escenas, y dentro de poco los escandalizados redactores de la pureza social escribirán serias protestas. Dígalo si no, la famosa Rostow que deleita ahora a nuestra creme en la Academia Metropolitana. Yo no atestiguaría su nacionalidad moscovita ni daría fe de la procedencia de sus bailes, pero sí metería la mano en el fuego por declararla guapa y ondulante, y certificar que si sus evoluciones no se parecen a la canica y la cosaca, pudieran muy bien sustituir a la famosa danza circaciana la kastachol, para la cual falta un poco de calor y sobra otro más de vestido. Es la Rostow una hermosa mujer de cabellos negros, al parecer, que en el primer cuadro se presenta con elegante vestido de soiree lleno de puffs y encajes, estriado en claro, es decir, con anchas fajas transparentes que permiten admirar sus formas hasta la cintura. En el segundo lleva un traje de seda japonés color paja que deja ver también cómodamente la bella escultura humana. El tercero es nenúfar o azucena de grandes pétalos azul cielo que caen hacia los pies y en los movimientos de la danza se cierran o se abren, y por último un traje de blondas con alas de mariposa salpicado de grandes flores encarnadas. Los bailes son una mezcla de cake walk, can-can, danza voluptuosa turca y tango español. ¿Pero quién se fija en el compás de la música y de los pies cuando tiene que atender al ritmo lúbrico de un cuerpo maravillosamente modelado bajo unas mallas color carne, a una mirada ardiente, a una sonrisa de ángel caído que os llaman al infierno?. Se ha tenido que llegar a tal extremo por la falta de variedad en los programas, pues se obtuvo igual éxito con Frégoli y el Hombre Mono. Actualmente el teatro popular moderno, en los grandes países, es el teatro de variedades con espectáculo continuo de piezas de concierto, bailes, cinematógrafo, animales amaestrados, acróbatas, etc., pero se requieren quince o veinte números diferentes y precios moderados. Para allá vamos y por ahora hay que conformarse con lo que se nos da, pues hay que crear en el público la necesidad del teatro sea como fuere; ya después se corregirán los defectos.”
El teatro de variedades en México, desligado francamente del Cine, (aunque se usaron sus argumentos en especial parodiados por los cómicos) casi de inmediato da nacimiento a los teatros "de Carpa", en que un toldo con tantas butacas como pudiera cubrir de superficie, cultiva el género teatral más popular que es posible imaginar. Con estrellas que aún refulgen y lo seguirán haciendo más allá de nosotros. Sólo diremos que del teatro de carpas surge Mario Moreno “Cantinflas”: el astro cómico pionero por excelencia que aporta Latinoamérica al Séptimo Arte.
En noviembre de 1910, cuando estalla la Revolución mexicana naturalmente las diversiones públicas quedan relegadas. Hasta 1912 hay solo endebles noticias del movimiento cinematográfico, aunque la producción realizada de inmediato en los frentes de batalla fue muy rica (y necesariamente tratada en forma aparte). Durante toda esta época convulsa, desde sus inicios y hasta muchos años después, tiene especial tarea en la difusión del Cine el empresario Jacobo Grandet, que hace del mítico Salón Rojo la sala de exhibiciones más popular de Latinoamérica: hay salas en países del Sur y Centroamérica que promocionan sus películas acentuando que es el programa original que da el Salón Rojo en México. Una crónica de La Prensa de Guatemala (mayo 7 de 1912), anuncia:
“Hoy. Exhibición de los mismos éxito del Salón Rojo de la Ciudad de México los puede ver aquí. Se exhibirá la notable película “La Hija de los Traperos”, última producción de la Casa Pathé. Esta puesta en escena de la Comedia Francesa es una de las mejores logradas. Otra notable película se presentará hoy: “Madame Sans Gene”, inspirada en la obra de Victorien Sardou. Es en tres partes y dura cerca de una hora y media. En ella actúan dos artistas notables: Réjane y Diquesne. Otra película notable que presentaremos hoy es “Las Fiestas de la Coronación de Jorge V en la India inglesa”. Y “Romeo y Julieta”, inspirada en la tragedia de los amantes de Verona, que inmortalizó Shakespeare. Esta película está desempeñada por actores de la Comedia Francesa, y mide 1.100 metros de longitud. Exhibición continua.”
Un programa de estos días del Salón Rojo, dice: “...siguen estrenándose diez películas diarias y los conciertos, como hasta aquí, son con los mejores elementos artísticos que se pueden lograr en México. El domingo por la mañana habrá una función dedicada a los niños con selectos números de títeres y vistas cinematográficas. Reaparecerá por la tarde el notable barítono mexicano Manuel Romero Malpica y tomará parte también la señora Haidieke, discreta cantante que ha conseguido una larga temporada en el Salón Rojo... Pero el lunes próximo, la empresa ofrece una película de gran interés: se trata de la película del “Titanic”, el famoso barco que naufragó no hace mucho tiempo llevando 2.200 pasajeros a bordo. Lo sensacional de esta película está no solamente en que exhibe las bellezas exteriores e interiores del buque más grande del mundo, sino que fue tomada a su salida de un puerto francés con los 2.200 pasajeros que perecieron en su mayor parte.”
En junio de 1912 se ofrece al público de la Ciudad de México un nuevo invento para perfeccionar el Cine: el Cronófono: (“consiste este invento en la unión perfecta del cinematógrafo con el fonógrafo, aumentado con un nuevo aparato fonográfico que permite dar a éste toda la extensión de la voz que sea necesaria para adaptarse a las dimensiones del teatro en que se presente, dando por resultado que se puedan presentar por medio del Cronófono escenas completas, habladas o cantadas, de comedias, dramas, óperas, operetas, etc,”). Pero como los otros aparatos anteriores que buscaban sonorizar al cine, éste fue un fracaso. Y el cine tuvo que seguir inflamándose de la vida del sonido a través de modestos pianistas que tocaban con mayor o menor emoción según el sueldo que recibían. Además de impregnado, como todos, por la emoción de las guerras internas, así como la aproximación de la primera Guerra Mundial. En los programas de la época se nota una proliferación de noticiarios. En noviembre de ese año 1912, la Sala Allende anuncia, por ejemplo: “Hoy se inaugura la serie de películas que con el nombre de Revista Nacional ha comenzado a editar la Casa Navascués y Camus. Esta revista será bimestral y revelará en la pantalla sucesos locales y nacionales de palpitante actualidad. La película número 1 que hoy se exhibirá contiene los siguientes acontecimientos: Inhumación del periodista don Trinidad Sánchez Santos, Juegos Olímpicos, Desfile del 16 de Septiembre, Arcos triunfales en la Avenida San Francisco, Fiesta de Covadonga, Tumulto en la Cámara de Diputados, Regatas en Xochimilco.”. En el Salón Rojo se ofrecía la Revista Gaumont “número 40, que comprende los sucesos más notables acaecidos últimamente en el mundo: Funerales de la Infanta María Teresa en España, Botadura del notable crucero francés en París, Escena típica de los negros en Estados Unidos en los momentos en que se celebra la ceremonia del bautizo en un río, Revista de aeroplanos por el ministro de la guerra francés, Revista de tropas en Rumania e Inglaterra. Se exhibirá, además, una gran película: se trata de las fiestas del Centenario de Cádiz, celebradas en esta última Ciudad y a las que concurrieron delegaciones de todos los países hispanoamericanos. México entre ellos. Esta vista es hermosísima, tiene todos los detalles de aquellas fiestas a las que se le dio gran solemnidad no obstante el luto oficial de S.M. el rey, como una demostración excepcional de cortesía a los invitados, y a las naciones que ellos representaban. Entre los cuadros más notables se cuentan la llegada de las comisiones extranjeras, la procesión cívica, el momento del canto del Himno de la Independencia, el gran desfile de campaña, la tribuna regia...”
Las películas “de Arte”, como se las llamaba, ocupaban su propio espacio preferente. Un programa dice: “Teatro Hidalgo. La empresa de este teatro invitó ayer a la prensa de esta capital para una exhibición particular de la película “La Divina Comedia”. La exhibición fue todo un éxito. No se trata de una película cualquiera: es una obra artística basada en la inmortal obra del Dante. Había escrúpulos por parte del empresario por el capítulo de El Infierno, pero todos se desvanecieron ante el entusiasmo de los concurrentes, que unánimemente declararon soberbia la película que procede de la cuna del Arte: Italia, y que está maravillosamente puesta y dura más de dos horas.” Ese mismo día, otro salón exhibía “Las Aventuras de Sherlock Holmes”. Y otro “Los Miserables” de Víctor Hugo. En 1912 el ídolo cómico era el francés Max Linder. Los títulos de sus películas que triunfaban en el México de entonces eran: Max Enamorado de su Vecina; El Primer Cigarro de Max; Max Víctima de la Quinina; Max Linder contra Nick Winter; El Asno Defiende a su Dueña; Max Medium por Amor; Rapto en Aeroplano; Max Quiere Crecer; Max y su Perro; Casamiento por teléfono; Max Recupera su Libertad.
Su propio público tenía ya otro género que nació y vivirá con el Cine: el western. El cowboy más popular de ese año era Nick Winter, quien, muerto en una cinta, aparecía luego en otra llamada “La Resurrección de Nick Winter”, en una saga propia al soberbio género. También el público ya aceptaba al naciente suspenso cinematográfico: se estrenaba, por ejemplo, una película llamada “El Automóvil Gris”, de manufactura francesa y montada por actores de la Comedia (“mide más de 1.500 metros”). La cinta, que trata de bandidos automovilísticos de París, causa polémica en México, donde productores nacionales habían filmado una cinta con la misma trama, o al menos inspirada en este caso policial que efectivamente ocurrió. Otras películas mexicanas exitosas en 1912 eran: Corrida de toros Pastor Gaona; Cogida de Rodolfo Gaona; Una Fiesta en Xochimilco; Despedida de Gaona en la Plaza de El Toreo; Corrieda del Concurso de Ganaderías; Desfile del Cuerpo de Voluntarios; Solemnes Funerales del Gran Pensador mexicano don Justo Sierra; Corrida de Gallo; Pastor y Gaona; Historia Patria. También la cinematografía está enriquecida con los argumentos de las grandes óperas. En la Ciudad de México de ese 1912 se exhibían, entre otras, “Carmen”, “Tosca”, “Luisa Muller”, “Mignón”, “Aída”, “Tristán e Isolda”, “La Gioconda”, “Un baile de Máscaras”... y eran de gran éxito otras cintas con temas históricos, como “Odisea de Homero”. (como se trató en el cine primero el gran tema griego: anexando el nombre del autor al de la obra), “Salomé”, “La Caída de Troya”, “Absalón”, “El cautiverio de Napoleón”, “César Borgia”, “Benvenutto Cellini”, “San Jorge”...
En julio de 1913 se estrena en la Ciudad de México la primera “super producción” que se filma en la época muda: “Teatro Arbeu. ¡Gran acontecimiento! "Quo Vadis?". La conocida obra de Henry Sienkiewicz. La más grandiosa, la más maravillosa película drámatico-histórica que se ha producido en el mundo. Representada en París durante cuatro meses, en New York tres meses, en Barcelona tres meses. Proyectada en el Palacio Real de Madrid ante SS.MM. Alfonso XIII y Victoria Eugenia... Actúan en conjunto tres mil personas. Por la exclusiva para exhibirla se han pagado más de dos millones de pesos mexicanos. Música especial a gran orquesta formada por profesores del Conservatorio Nacional de Música. ¡La sensación del mundo!... Precios: 25; 50; 75 centavos y 1 peso. Plateas y palcos primeros, 6 pesos.”
En esos días los distribuidores de películas se acusaban unos a otros, como se lee en una nota periódica: “Enérgica protesta. Somos únicos concesionarios en la República para la explotación de la película “Los Tres Mosqueteros”, de la obra de Alejandro Dumas, padre, por cuyos derechos de exclusividad hemos pagado fuertes sumas. Algunos salones de la capital están exhibiendo indebidamente un ejemplar de lo que es nuestra propiedad, por lo que damos los pasos necesarios ante la autoridad y perseguiremos a los que exhiben o hayan exhibido esta película, exigiéndole la indemnización correspondiente por daños y perjuicios. Vienen en camino amplios poderes de la Compañía Film D’Art y de los herederos de Alejandro Dumas, padre, para este efecto, y los que actualmente aparecen complicados, serán notificados por la autoridad y han sido advertidos por cable por la Compañía Film D’Art y los herederos de Alejandro Dumas, padre. P. Aveline y A. Delalande.”
En noviembre de 1913 El Salón Rojo presenta la "Segunda Super Producción” que llega a México: “Marco Antonio y Cleopatra”, de la Casa Cines de Roma. Esta cinta inicia el ciclo de películas semihistóricas que algunos estudiosos han criticado al Cine por su falta de respaldo, justamente histórico, que distorsiona el acontecimiento real. Sin embargo, el público las hace también sus favoritas, hasta ahora. Entonces, el programa del Salón Rojo dice: “...entrada personal, 1 peso. Tiempo libre. La exhibición principiará desde las 4 en punto, a las 6 y a las 9... Importa saber a todos los propietarios de teatros y cines de la República que al Salón Rojo pertenece el derecho exclusivo de proyección de “Marco Antonio y Cleopatra”...se participa a todas las empresas o agencias, que no deben dejarse sorprender por alguien que ofrezca película alguna con el mismo nombre, pues será únicamente una ridícula imitación o un engaño que provocará la indignación del público al ser conocido el fraude...”
Otra cinta semihistórica pionera que en esos días mudos encantó al público fue “Los Últimos Días de Pompeya”, de la productora Ambrosio de Turín, Italia. Cuando se estrenó en México, los distribuidores usaron la misma exitosa publicidad que la apoyó en Europa, y que estaba inspirada en opiniones de personajes ilustres que habían visto la cinta:
“Triunfal arribo a México de la película ¡Los Últimos Días de Pompeya!. Grandiosa cinematografía de 2.500 metros divididas en ocho partes. Se estrenará en el Teatro Hidalgo el jueves 11 de diciembre de 1913. Las opiniones autorizadas sobre la película:
“El film Los Últimos Días de Pompeya, de la Societá Ambrosio, es la obra más rica y artística que ha producido la cinematografía.” Vittorio Emmanuel, rey de Italia.
“Agradezco al representante de la Sociedad Ambrosio el buen rato que me ha hecho pasar por la exhibición de la película Los Últimos Días de Pompeya. Abrigo la convicción de que en toda España se sabrá apreciar esta gran página histórica antigua pero de provechosa enseñanza para los pueblos modernos.” Alfonso XIII, Rey de España.
“Admiro en esta película ese gran arte innato en Italia y que hace de los manufactureros italianos unos peligrosos competidores de la manufactura francesa. Italia debe sentirse orgullosa de que Los Últimos Días de Pompeya haya estado editada allí.” M. Poincaré, Presidente de la República francesa.
“Comprendo que el cinematógrafo tenga éxito en todo el mundo. La película Los Últimos Días de Pompeya resulta un espectáculo admirable.” King George V, Rey de Inglaterra.”
En 1914 los incendios producidos en las casetas de proyección eran comunes, por el material altamente inflamable en que se imprimieron las cintas pioneras, es cierto que esto ahuyentó a muchos espectadores en la época muda. En marzo, los franceses, quienes eran los que surtían de material al mundo entero, lanzan la siguiente noticia que se recoge en los diarios de México de la época: “Películas ininflamables. La prensa de Madrid da cuenta de los experimentos ante S.M. el rey, de las películas ininflamables con que en la actualidad impresiona todos sus filmes la Casa Pathé Freres. Estos experimentos consisten en hacer arder la película de celuloide actual, que en pocos instantes tras de formar una llama enorme, ardió y la película de celulosa de la Casa Pathé no ardía de ninguna manera, ni aún aplicándole fuego. Las ventajas de esta nueva reforma de la cinematografía son incalculables, y no ha de ser esa condición de las películas la que menos ha de contribuir a alejar el temor que todavía sienten muchas gentes hacia el cinematógrafo. Una película incombustible es una seguridad del público que no temerá en lo sucesivo esas catástrofes espantosas que ha producido el cinema. Son también una ventaja para la industria de filmes, pues facilita el seguro de incendios disminuyendo el riesgo. Merece felicitación la Casa Pathé, que ha sido la primera en utilizar un procedimiento que tan beneficioso ha de ser para nuestro arte. El hecho de asociar el nombre de Pathé a las primeras películas ininflamables, es un título de gloria para la gran Casa francesa.”
Dos meses después ya el Salón Rojo exhibía “películas sin peligro de incendio”. En un programa se lee: “Siempre hay que tener presente las grandes catástrofes cinematográficas que ha habido tanto en la ciudad como en Irapuato y últimamente en Acapulco, donde sucumbieron más de mil personas: catástrofes motivadas por el incendio de películas. Felizmente estas catástrofes pueden evitarse gracias a un laudable supremo esfuerzo de la humana inteligencia: la creación de películas ininflamables... Las autoridades de Lyon, Bruselas y París han prohibido terminantemente las exhibiciones con películas de celuloide, de tan fácil combustión, y es indudable que las autoridades mexicanas, tan celosas del bien público, pronto tomarán igual determinación. Los señores propietarios de cines y teatros no deben dejarse sorprender por vanos alardes de nuestros competidores, que sorprendiendo la buena fe y credulidad de los empresarios y el público, anuncian estrenos de vistas Pathé, que no son sino residuos y desechos de tan importante Casa, adquiridos a ínfimo precio por especuladores en La Habana, que nunca podrán adquirir las últimas creaciones que están constituyendo un gran suceso mundial, pues disponen únicamente de películas tan gastadas como “La Bestia Humana”, “Los Pobres de París” y otras, puestas en circulación por filibusteros... Nuestro programa de hoy es suficiente demostración de cuanto queda dicho, y desafiamos a los filibusteros a que exhiban cualesquiera de las hermosas vistas que damos a continuación y que constituyen un hermoso ramillete de películas dramáticas, cómicas, instructivas y amenas: “El Amor que Protege", cine drama en tres partes de Pierre Magnier; “La Troica”, cine drama ruso en dos partes; “Sospecha Injusta”, drama en dos partes; “Revista Pathé número 256”; “Jobard Encuentra a un Amigo”; “Industria de la Madera”, muy instructiva; “Bazar misterioso”, cómica; “Bigornio y las Persianas”, cómica... Hoy habrá además un concierto vocal e instrumental magnífico por los señores Manuel Mendoza López y Alejandro Oanziera. Reaparición del aplaudido barítono Eduardo Lejarazu.”
En marzo de 1916 se estrena en México “Cabiria”, una de las películas más famosas de la época muda. Los programas la exaltan con palabras eufóricas: “¡La grandiosa ópera cinematográfica, fábula original de Gabriel D’Annunzio! ¡Cabiria! marca Italia Films. La adaptación y presentación costó a la casa editora diez millones de liras, habiendo tomado parte en su ejecución diez mil soldados y más de quinientos actores. Presentación del mayor conjunto de mujeres bellas. Impresionante erupción del Etna. Aníbal Pasando los Alpes. El sitio de Siracusa por los Romanos. Gabriel D’Annunzio, ese cincelador de la palabra escrita, artífice prodigioso del estilo, mago del ritmo y de la armonía en cuya pluma se funden y triunfan todas las bellezas de la idea y del sentimiento, ha sido el creador de la fábula de esta incomparable ópera cinematográfica. Música especial compuesta expresamente por el compositor Romualdo de Parma. Acompañamiento de orquesta por escogidos profesores del Conservatorio Nacional de Música... Está en México y no ver “Cabiria” es lo mismo que estar en Roma y no ver al Papa. Empezaron las exhibiciones en la planta alta, lado derecho, a las 4.30 y 7.30. Sala izquierda, 5.30 y 8.30. Entrada general, 3 pesos. Actuación en esta película de la hermosa actriz Italia Manzini.”
En abril de ese año se exhibe en México “La Señorita Misteriosa o el Espía Internacional”, una película llamada “de episodios”, que, a partir de entonces el público acoge con entusiasmo; fenómeno que se esparce de inmediato al resto de América. Varias décadas después, y hasta ahora, el género pasa a la televisión encarnado en las populares “telenovelas”. El caso es que esta cinta pionera, de manufactura francesa, fue la que abrió las puertas al género. Un programa del estreno en la Ciudad de México, dice en partes: “Triaron Palace. “La Señorita Misteriosa o el Espía Internacional”. Alvarez Arrondo y Cía., los únicos que presentan en México las películas verdaderamente notables, ofrecerán esta noche el estreno de la famosa película, novela de aventuras en quince episodios, treinta partes, cuarenta mil pies. Orden de exhibición:

Abril 10 y 11:
El Documento Robado
La catástrofe
Elefante Blanco
Las Astucias del Espía
Abril 12 y 13:
Las Ruinas Prehistóricas
El Motín del Buque Fantasma
En las Garras de los Chinos
Sarcástica estratagema
Abril 14 y 15
En Altamar
El Ataque a la Caravana
Implacable Destino
La Traición Vengadora
Abril 17 y 18
Corazón Lacerado
La Paloma Mensajera
Final de una Odisea

¡Esta noche nos veremos en el Triaron Palace!. Esta es la frase que usted oirá por todo México con motivo de la primera exhibición de la grandiosa película. El público culto de México que gusta de las grandes creaciones de Arte, no debe dejar de ver esta maravillosa creación. Localidad, 2 pesos.”
En mayo de 1917 se inscribe un momento especial: la industria norteamericana de Cine hace un primer intento por ganar los mercados latinos, al proporcionar una cinta filmada en Nueva York, con artistas mexicanos famosos en todo el continente: se llamó “El Pobre Valbueta” e inicia la seguidilla de cintas a propósito que nunca han funcionado. Al anunciarse la cinta en el Salón Rojo, levantó su voz, indignada, la gran estrella de México de entonces: María Conesa, quien dirigió a los periódicos la siguiente carta:
“México, mayo 16 de 1917. Muy señor mío: suplico a usted se sirva dar cabida en su acreditado periódico la siguiente carta abierta al público. Me ha sorprendido mucho ver anunciada en el Salón Rojo la película “El Pobre Valbuene”, hecha por mí y por otros artistas conocidos en esta capital. Se trata de explotar los nombres de los artistas que en ella tomamos parte, y ser ésta cinta simple y sencillamente un ensayo que un grupo de amigos hicimos en Nueva York, por lo que me creo en el deber de hacer esta aclaración pues por ningún motivo consentiría que a este público a quien tanto quiero se le engañara. Por los motivos expuestos en la presente desearía que dicha película no se exhibiera, y en caso contrario, ya que yo por impresionar esa cinta no cobré absolutamente nada y es por tanto indebida la explotación de ella sin autorización de todos los que en ella tomamos parte, reportando beneficios sólo para aquellos que sin nuestro consentimiento la han vendido, se entregue una parte de los productos a una casa de beneficencia. María Conesa.”
Un día después aparece la siguiente nota:
“El cronista, ante la petición de La Gatita de Oro (como decían a la Conesa), creyó discreto hablar dos palabras con don Jacobo Granat, de quien obtuvimos la siguiente entrevista: el señor Granat contrató y pagó a la Noriega Film Co. de Nueva York, la chispeante película en la cual hace el papel de Valbuena el mismo Manolo Noriega, de cuyos méritos se han ocupado los principales periódicos y basta con esto solamente para demostrar que es, por documentos que vimos, de la exclusiva propiedad del señor Granat este film. El éxito que obtendrá la película queda fuera de toda ponderación pues hemos tenido oportunidad de conocer algunas escenas y a todas veras nos parecen logradas a maravilla, solamente que la carta anterior, en la cual María Conesa modestamente declara que “el pobre Valbuena” no es sino un ensayo, ha sugerido al señor Granat la justa compensación, esto es, donar parte de los productos que obtenga, en posteriores representaciones, a una casa de beneficencia. Lo anterior nos parece justo y otorgamos la razón al señor Granat respecto a que el donativo sea en venideras funciones y no en las primeras, pues bien se comprende que para nivelar el fabuloso costo de la contrata, se necesita obtenerlo para después dedicar una parte a establecimientos benéficos.”
A mediados de 1917 se estrena “La Luz”, considerada por algunos críticos como la primera película formalmente realizada en estudios mexicanos. En el Salón Rojo se estrenó el 8 de junio de ese año. Y el programa lo nombra “Día brillante para la cinematografía nacional”. La cita: “Hermosa película de arte patrio”, agrega: “Constituye el primer triunfo de la cinematografía mexicana. “La Luz” inicia la serie de espléndidas victorias que esperan al Arte cinematográfico nacional; surge como una bella apoteosis de nuestras industrias y artes. Esta producción mexicana tiene como protagonistas a la señorita Emma Padilla y a otros artistas mexicanos de mérito reconocido. El estreno de “La Luz” será honrado con la presencia del C. Presidente de la República, como un impulso al Arte nacional.”
Las críticas aparecidas en su tiempo a “La Luz” son en su mayoría entusiastas, pero, desafortunadamente, no aportan datos que nos permitan saber cómo era en realidad la cinta. Sin embargo, los críticos cinematográficos de “El Pueblo” (entre el 13 de mayo de 1917 y el 18 de junio) se dedican a desmenuzarla, con una predisposición abiertamente contraria que, a pesar de los ácidos comentarios nos permiten saber cómo era la película, un poco, al menos. Uno de esos críticos Gilberto Torres Gallardo, dice en partes: “¿Qué se ha dicho hasta ahora de cierto de “La Luz”, una película que además de estar confeccionada con material de dudosa procedencia, constituye un desacato a la estética, al divino arte silencioso y hasta al sentido común? ¿Qué se ha dicho de los artistas mexicanos que interpretan el argumento insustancial y soso, artistas que han cacareado repetidamente, faltando a los más rudimentarios principios de modestia, sin colaborar para la efectividad del Arte cinematográfico mexicano, y que han trocado sus nombres perfectamente castizos, por apellidos rusos y árabes, de difícil pronunciación?. Nada, absolutamente nada. Los cronistas, magnetizados por unos bellos ojos de mujer, atraídos por los dineros de una empresa productora, se deshicieron en elogios que no sirvieron más que para enseñar a los que piensan que no supieron valerse en su propio criterio para transmitir sus impresiones porque los habían ahorcado con una soga de oro... La película da principio con una portada verdaderamente artística: es un estudio de luz en Xochimilco y, justo es decir, que el fotógrafo es un hábil de la cámara oscura. Luego viene el desarrollo: el tema de “La Luz”, por principio de cuentas, es un burdo plagio de “El Fuego”, de Piero Fossca, aunque consumado con poco talento que hace a la nueva vista perder intensidad dramática y artística. “El Fuego” lo hemos visto interpretado por Pina Menichelli y constituye para la genial italiana un franco éxito, lo que desventajosamente para la novel Emma Padilla impulsa al espectador a establecer involuntarias y poco favorables comparaciones. No analizaremos cuadro por cuadro la cinta, porque ello sería labor más larga de lo que vale al caso. Refiriéndonos a la presentación de los cuadros puede decirse que en su mayor parte son adecuados, aunque algunos no tan suntuosos como lo requiere la naturaleza de la producción, y en cuanto a los sitios escogidos, en Chapultepec, Xochimilco y Viveros de Coyoacán, todos fueron bien seleccionados... Pasemos a la labor meramente dramática: fue un desastre. En los momentos más culminantes de la cinta, cuando él muere entre los brazos de ella, Emma no demuestra sino ser un block de hielo; los músculos de su cara apenas si se contraen ligeramente y muestra tal pasividad en el rostro que no parece sino que muy poco o nada le afecta la muerte del amado, y más vale esa quietud de músculos, más vale, pues cuando al terminar el cuadro intenta un gesto de supremo dolor, retratase en su cara orlada de encantadores ricillos rubios una mueca de repugnancia que se le antoja al cronista. Él es tan frío como ella, y si el trabajo de Emma interesa un tanto más es debido solo a su belleza que atrae y predispone a la benevolencia... Válgame recordar la célebre frase de Wagner a su discípula Augusta Holmes: “Lo primero, no imitar a nadie, y menos a mí.”
Sin embargo, la cinta “La Luz” le gustó al público, porque se mantuvo un tiempo no corto en cartelera. De cualquier manera marca un hito histórico y hoy se la venera como tal, aunque poco de ella tengamos noticias. A partir de ese momento la producción de películas mexicanas adquiere auge, al punto de que el entonces Presidente Venustiano Carranza ordenó que se crease en la Escuela Nacional de Música y Arte Teatral una cátedra de Preparación y Práctica Cinematográfica, pionera en Latinoamérica. Cabe citar que el profesor titular de esa primera cátedra fue Manuel de la Bandera, que abriría el camino a esta nueva área de la docencia: la enseñanza del Cine como Arte.
Este primer paso en México para solventar al Séptimo Arte va de la mano con uno de los momentos más auspiciosos de la época muda. En 1917 se estrena en México, por ejemplo, “Civilización", de Thomas H. Ince, uno de los grandes aciertos de los principios, y que fue recibida muy bien en todos nuestros países. Un programa que invita a verla en esos días en la Ciudad de México, dice: “Será el mayor éxito cinematográfico, y para juzgarla basta saber que se tardó más de un año en manufacturarla. 40.000 personas y regimientos enteros de caballería, infantería y artillería fueron empleados. Costó un millón de dólares. Se construyeron ciudades que fueron luego destruidas. Una flotilla de aeroplanos de guerra y un inmenso zeppelin fueron hechos expresamente para tomar las escenas de la batalla en el aire... Dos de los barcos son destruidos en presencia del público. Una reproducción exacta de los campos de batalla en Europa en donde toman parte automóviles acorazados, inmensos cañones y todas las últimas invenciones de destrucción. Ocho operadores expertos tomaron 22.000 mil escenas para esa película. Más de 270.000 pies de película negativa fueron tomados. Muchos hombres de letras y sabios del mundo fueron consultados expresamente para traer su cooperación como realce de la película.”
Este año, los amantes del arte mudo aplaudieron las primeras cintas de Mary Pickford, ya entronada como “La Novia de América”: una de las cintas: “La pequeña Camarada”, arrasó con las preferencias, según indican los programas. Se estrena otra cinta memorable (de la que hasta ahora se hacen remakes): “Sangre y Arena”, película española que se anunció así: “Gran suceso artístico y cinematográfico. “Sangre y Arena”, del insigne Blasco Ibañez. El próximo martes será entrenada esta gran película. Por primera vez se verá en la pantalla la auténtica copia de las bellezas artísticas de España. Alrededor de la tragedia que el insigne novelista pinta en su libro, desfilan ante los ojos del espectador las costumbres más sugestivas de aquel país. Bailes típicos, leyendas, paisajes, sirven de marco al drama. La famosa “Procesión de Semana Santa” en Sevilla está tomada del natural en plena noche y es de un efecto no visto en cinematógrafo. Esta película, única por su asunto, ha sido aplaudidísima en París, Nueva York, Madrid, etc.. El excelentísimo señor Ministro de España en México asistirá a su estreno... Muchas casas comerciales de la Colonia Española cerrarán sus puertas el martes más temprano que de ordinario para que sus empleados puedan verla y rendir un homenaje al más popular de los escritores, don Vicente Blasco Ibañez. ¿Quiere usted conocer paso a paso la vida mísera en un principio, opulenta más tarde y por fin trágica de un matador de toros? ¿Quiere usted ver “La Alhambra de Granada”, “El Alcázar de Sevilla”, “La Mezquita de Córdoba”, “La Giralda” y “La Torre de la Vela”? ¿Quiere usted ver las gitanas típicas del Albaicin bailar las danzas más misteriosas de su raza? ¿Quiere usted finalmente conocer el resumen más original y completo de la España sentimental, pintoresca y bella?. Vea “Sangre y Arena”. Entrada, 1 peso.”
También ese año se veía a la eximia Sarah Bernhardt en “Madres de Francia”, una película de propaganda aliada. Y a Lilian Gish en la comedia “Sus Padres Oficiales”. Y a Douglas Fairbanks en “Aristocracia americana, escrita para el astro por la celebérrima Anita Loss. De Charles Chaplin ese año se conoce “Vida del Mar”, “Una Noche de Gala”, “Gas Hilarante”, “Chaplin Trompetista”, “Huelga en la Panadería” y “Ladrón de Corazones”. Entre las series de episodios, numerosísimas, se pueden citar “Las señoritas de las Emociones”, con Helen Holmes; “La Hija del Circo”, con Grace Cunard y Francis Ford; “La Mancha Roja”, con Ethel Garndin y Maurice Costello; “Romance de Gloria”, con Billie Burk; “El Gran Secreto”, con Francis Bushman y Beverly Bayne; “La Hija del bosque””, con Helen Holmes... Títulos y estrellas hoy olvidados, pero que en su momento hicieron la delicia de nuestros mayores.
Las películas anglosajonas filmadas en México han sido, casi siempre, un desatino por una visión parcial del país, que en ciertos filmes es ciertamente infame. Este problema, inherente a todos nuestros países latinoamericanos, ha levantado protestas de todos los ámbitos. La primera reacción que se encuentra al respecto en México data de 1920, donde en “El Pueblo” se lee:
“Películas que nos denigran: Las que se toman aquí para exhibirse en los Estados Unidos son las que necesitan estricta censura. En algunas poblaciones de los Estados Unidos pude observar la exhibición de películas denigrantes para nuestro país. Hay en el vecino país películas que nos ponen de la peor manera, que nos desprestigian y que nos hacen aparecer como el pueblo más atrasado del globo. Esas cintas fueron impresionadas en nuestro país, y si esto es lamentable, más lo es que fueron hechas con autorización, aunque sin conocimiento de lo que en realidad se iba a hacer, de la Secretaría de Gobernación. Hace poco más de un año vino a México un norteamericano que ofreció al gobierno tomar una serie de vistas de nuestro país para darlo a conocer en el extranjero, y aún parece que además del consentimiento se le dio una subvención. Al norteamericano se le vio por calles y plazas con su aparato, y llamó poderosamente la atención que tomara aspectos de la avenida Madero a las horas en que no había casi gente; de que fuera a los pueblos cercanos y tomara los mercados más sucios, etc. Más tarde, en las pantallas de los cines de los Estados Unidos se comenzaba a exhibir una cinta que se titulaba “El Verdadero México”, donde aparecían escenas del mercado de Texcoco con dos docenas de indios semidesnudos vendiendo leña y un título explicativo que decía: “Negocios productivos”. Aparecen después muchos templos derruidos, iglesias desmanteladas de pueblos pequeños que se señalaban con letreros como “Obras arquitectónicas”, como si no las hubiera de verdad en México más que en otro país de la América. A una fábrica de canoas de Santa Anita se le titulaba: “Un gran arsenal”, y una herrería cuyo fuelle lo movía un muchacho con el pie, llevaba este irónico letrero: “La planta matriz”. La avenida Madero ostentaba este título: “La más aristocrática avenida de la capital”, y aparecía casi desierta, pero en el momento en que funcionaba la cámara se hizo pasar a dos o tres burros cargados de carbón. Otras muchas escenas así tienen la famosa cinta que se encargó para que México fuera conocido en el extranjero.”
A pesar de estos bemoles, sólo en 1949, cuando el Cine mudo era de antología, solo entonces la Ley de la Industria Cinematográfica ordena que en toda película extranjera filmada en territorio mexicano, deberá estar presente una persona nombrada por la Dirección General de Cinematografía, “para evitar que la imaginación de los directores fílmicos atente contra la dignidad del país.”
La etapa pionera de asimilación del genial invento, en Latinoamérica, en realidad, no difirió demasiado: se diría que en nuestros países, desde un comienzo, brotaron instantes de esplendor con otros opacos, en consonancia con el más o menos respaldo económico, de taquilla y público. El caso es que, a unos pocos meses de aparecer el cinematógrafo, llega a la más remota capital de América; en Santiago de Chile, sólo ocho meses después de la velada memorable de los hermanos Lumiére en París, el teatro Unión Central abre sus puertas para ciento cincuenta invitados del empresario que importó el primer aparato; Julio Prá Trilles. En los títulos de ese primer programa del 25 de agosto de 1896, figuran: “La Papilla del Bebé”, “Los Jugadores de Cartas”, “La Llegada del Tren”, “El Muro”... Programa que no difiere del exhibido en febrero en Londres y Bruselas; en abril, Viena y Ginebra; en junio en Madrid, Belgrado y Nueva York; en julio, en Buenos Aires y San Petersburgo; en agosto, como vimos, también en México. Las primeras cintas recorrieron el mundo civilizado del siglo XX.
Sin embargo, en Chile, el invento original de Edison se conoció el 19 de febrero de 1896, cuando el empresario Francisco de Paola inaugura una “Sala de Exhibición”, en pleno centro de Santiago, en la calle de Estado 171. El suceso lo consigna el diario El Ferrocarril (20 de febrero de 1896): “El kinetoscopio es el nombre de un curioso aparato inventado por Edison hace unos meses. En un segundo se obtienen 36 vistas diferentes y continuadas. Estampadas y acumuladas esas fotografías en una angosta faja de seloidina de unos 15 metros de largo, van presentándose a través de un cristal iluminado con luz eléctrica y al compás de las agujas de una esfera que giran con celeridad en una serie no interrumpida. Si en el fonógrafo se oye una pieza musical en los mismos tonos de voz y variaciones de los instrumentos, en el kinetoscopio se ve más real un hecho. Combinados los dos magníficos aparatos se llegaría a tener la reproducción más gráfica de la vida.” Y si el kinetoscopio, por la crónica no tuvo mayor trascendencia, el “Cinematógrafo Lumiére”, poco después era considerado “una maravillosa invención”. Prá Trilles, en las últimas décadas del siglo XIX chileno, era un próspero comerciante que surtía sus propias tiendas, e inmediatamente después que importó el invento se une con los empresarios del teatro Unión Central, ubicado en la calle de Bandera: dicho teatro fue la primera sala habilitada para Cine, al menos parte de ella, lo que de inmediato fue noticia: un día después de la primera exhibición (26 de agosto de 1896, en el Ferrocarril), se lee: “La luz se extingue cuando comienza a funcionar el cinematógrafo colocado en uno de los extremos de la sala. De este aparato aparece ante el público un telón blanco en un marco de dos metros y medio de largo por un metro ochenta de alto. A primera vista se diría que aquello es una pantalla en que se reproducen imágenes o personajes, pero no bien empieza a funcionar se apodera del espectador la más extraña sensación de luz, movimiento y vida, que le transporta por obra de magia a las rápidas, interesantes y variadas escenas de la vida real. En menos de una hora pasaron ante la vista del público que asiste al estreno especialmente invitados por el señor Prá, instructor del aparato, veinte escenas del más perfecto realismo, en el que solo faltaba el ruido y los matices del color para que la ilusión fuera perfecta. Entre los primeros cuadros llama la atención una escena de familia: los esposos asisten la comida del primogénito, niño regalón a quien le dan la papilla reglamentaria. El niño se resiste a tomar la sopa, se apodera de una de las galletas y se pone a jugar con ella en medio del goce de sus padres. La madre sirve el té y acaricia al niño en medio del contento y alegría de un hogar feliz. Tras esa tierna escena viene el derrumbamiento de un muro que al caer parecía que iba a aplastar a toda la concurrencia. Se veía levantarse una espesa columna de tierra que cubría a los trabajadores que hacían sus tareas.
“Siguió -continua- una escena de un pugilato entre dos hombres que estuvieron largo rato por el suelo dándose de golpes por el parque. El efecto del viento al soplar por entre las hojas de los árboles es digno de notarse en este cuadro. La ilusión que produce el cinematógrafo es perfecta. Es en realidad la prolongación de la vida. Solo falta la combinación del fonógrafo y de la fotografía de los colores para que la vida actual se perpetúe. En el cinematógrafo el público encontrará un entretenimiento agradabilísimo, uno de esos pasatiempos que impresionan dulcemente el espíritu por la belleza de los cuadros y por las maravillas que logra el progreso científico”:
El articulista de El Ferrocarril anota que el público está muy entusiasmado con el nuevo espectáculo que inicia sus funciones desde las 9.30 de la mañana y que se prolongan, con breves descansos, hasta las 11 de la noche. Las primeras “vistas animadas”, “el gran éxito de París”, son un suceso. El 13 de septiembre de ese 1896, se lee: "El cinematógrafo, este agradable entretenimiento que tanto ha llamado la atención del público, despierta igual interés entre los visitantes del sur y norte de la República que acuden a Santiago en los días de las Festividades Patrias. Hemos tenido conocimientos que los empresarios han pedido a París las fotografías que han reproducido todos los detalles de la Coronación del Zar de Rusia, Nicolás II."
Pocos meses después, en junio de 1897, llega a Santiago una versión más aventajada del “descubrimiento”: el Vitascopio de Edison, cuyas exhibiciones se inician en una sala especialmente habilitada en el Paseo Eliseos de las calles de Huérfanos con Miraflores; el lugar estaba dotado de las más diversas atracciones: Salón de patinar, Confitería, Juegos y una gran novedad: “El Viaje a Palestina”, donde en una improvisada estación ferroviaria, el público compra los boletos que le transportan a otras ciudades; durante el “recorrido” del tren se iban mostrando, gracias al uso de trucos, fotografías, pinturas y escenarios, distintos aspectos de las ciudades anunciadas, dando la ilusión de un viaje. Entonces se agrega a los entretenimientos, la “última maravilla” el Vitascope, que no logra mucho éxito, ni tampoco logra imponerse el Byoscopio, que se muestra a partir de julio en el Unión Central. La atención del público, francamente, disminuye luego de la novedad, y del hecho de que los empresarios demoraban bastante en renovar sus programas. El desgano es evidente en una crónica de enero de 1900, firmada por A. Vier en “Ecos Teatrales”: “El Olimpo sigue dando lánguidamente sus tandas con la esperanza de que el señor Ansaldo traiga algo que venga a variar la monotonía de sus representaciones. Ya solo para distraernos tenemos los libros, porque de espectáculos regulares, Santiago carece por completo. Y quedará reducido a las añejas tandas...” Otros salones además del Olimpo, en 1900 eran el Apolo, el Variedades, el Biograph Lumiére y el Imperial, en la calle de San Diego. Eventualmente las salas de teatro tradicionales estrenaban algún film de categoría, o entre sus propios espectáculos proyectaban tandas con el consiguiente cuidado que debía tomarse al exhibir material altamente inflamable, lo que les obligaba a cerrar las salas para remodelar seguridad y luego no tener material regular que ofrecer al público. Esto enfrió el entusiasmo de los productores, y es el clima que recibe a la primera cinta chilena de que se tiene noticia: “Carreras en Viña”, exhibida a mediados del año 1900 en el Apolo: sólo nos ha quedado el cartel que la anuncia. Hay mención de una película anterior filmada en Chile, rodada en Iquique, por un camarógrafo apellidado Oddo, en 1897. En Chile, desde el principio se despertó un fuerte interés por hacer cine, hubo producción importante en las ciudades-puerto chilenas, por la facilidad para acceder a equipos y material fílmico. En todo caso, la primera crónica formal acerca de una película chilena es del 27 de mayo de 1902, y se refiere al estreno del día anterior en el Teatro Odeón de Valparaíso: un corto de unos tres minutos de duración: “Ejercicio General de Bombas”, filmado el 26 de abril en la Plaza Aníbal Pinto de Valparaíso. Dice el cronista que en la segunda tanda, “se exhibieron las vistas tomadas del último Ejercicio del Cuerpo de Bomberos, que no pudieron apreciarse, desgraciadamente, en su justo valor, a causa de algunos desperfectos que se notaron en la luz eléctrica. Para esta noche se anuncia otra función con varios estrenos, entre ellos la vista de un desembarco de operaciones en el muelle Prat, vista panorámica de Valparaíso desde el ascensor del Cerro de La Concepción”.
El 12 de octubre de 1902, el cronista de El Ferrocarril señala que las vistas chilenas han llamado la atención, y cita una docena de ellas, de uno a tres minutos de duración, con temas de carácter anecdótico y social. Estos desconocidos primeros realizadores chilenos, por lo demás, competían con el material que llegaba desde el exterior: La Corrida de toros; Viaje a México; Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; La Cenicienta; Observando por el Ojo de la Llave; Magia Blanca y Negra; asuntos que se confundían con las noticias filmadas, como "La Coronación de Alfonso XIII", que recorrería las pantallas pioneras de todos nuestros países. En el que, por supuesto, el cine era considerado un espectáculo de ferias, entretenido pero no un medio para producir arte. Se diría que en Latinoamérica y la zona Sajona, las potencialidades del cine como arte las anuncian algunos visionarios como Georges Meliès.

A Chile la primera cinta de Meliès que llega es “Viaje a la Luna” en 1903, y, como en todas partes, junto a “El Limpia Chimeneas” o “El Relojero”, asombraron y fueron aplaudidas. El público también respalda las cintas de Charles Pathé y León Gaumont, cuyos representantes en Santiago serían sinónimos de calidad y entretención: entran al mercado los mismos títulos que se podían ver en la Ciudad de México o Buenos Aires. En ese entonces la capital chilena apenas se empina en los 300.000 habitantes (el censo de 1907 indicó en el país 3.250.000 habitantes). El alcantarillado público se había comenzado a construir en 1898, y el alumbrado público recién comenzaba a extenderse a los sectores más amplios de la ciudad.
En la primera década del siglo XX, la vida del habitante de Santiago no difería del de otras familias capitalinas latinoamericanas. Al caer la noche, las señoras en sus faenas piadosas o en sus hogares o acompañando a su esposo a un concierto o a la ópera. Pero existía una incipiente vida bohemia, artística y literaria. Unos y otros, en algún momento se daban tiempo para concurrir a ver las “Vistas Animadas” de la que tanto se comentaba: real interés solo acaparado por las visitas de artistas de operetas, como la de Pepe Vila, o estrellas como la actriz francesa Sarah Bernhardt, cuya visita se anuncia con gran éxito de público y crítica en las ciudades chilenas donde se presenta. Entonces, la carrera del cine era con altas y bajas, con mínimas reseñas críticas en los periódicos de cintas hechas en Chile, a pesar de que antes de 1910 se producen hechos muy serios en la estructura social chilena, como la gran huelga de Iquique que se cita como los Sucesos de Santa María, en 1907. El cine no se hizo eco. Y tal actitud es costumbre de los pioneros del arte en la generalidad de los países latinoamericanos, en la época que precede a 1910: esta producción ajena a la problemática social, en verdad, será lo común mayoritariamente en el período mudo, en casi todos nuestros países. Por supuesto que los espectáculos llamados cultos que se presentaban entonces en Santiago, especialmente los que llegaban del extranjero, no eran accesibles al pueblo; eran patrimonio de la oligarquía y de la incipiente clase media, que para el pueblo eran todos los que usaban cuello y corbata. Así, como en los inicios, las tandas que mostraban al novísimo invento eran comentadas con no poco recelo, más cuando algunas iglesias -como la Luterana- francamente acusan al cine de “Asunto de maldad”. Es cierto que, primero, el pueblo tímidamente se acercó, pero al conocer este arte, al intuirlo, lo acoge en menos de una década. El circo, las obras de teatros de autores nacionales, las variedades, todo va quedando relegado en el deseo del público que pedía más cine. A la cantidad de salas que se adecúan al nuevo arte serán todas en algún momento; se abren nuevas salas en los barrios o se habilita cualquier recinto más o menos apto, con sillas y bancas en que el sitio de honor era un telón.
Se diría que el cinematógrafo asaltó de improviso en todas partes. Porque la incomodidad y poca seguridad de las primeras salas fueron normales. El recuento anual de 1910 que hizo El Mercurio de Santiago (7 de enero de 1911), llama la atención respecto de estas salas, “que se han construido sin atender propósitos de higiene y seguridad y que, colocadas a distancias considerables del centro, pueden convertir las vistas que exhiben en espectáculos que perviertan”. Ya el cine era una de las entretenciones favoritas: se inicia 1911 con no menos de diez salas nuevas sólo en Santiago; entre estos nuevos “biógrafos”, como se les conocía, resalta el Nuevo Politeama, que reemplaza al original teatro Politeama, que fue una tradición en Santiago hasta el feroz incendio que lo consumió. De hecho, esta tragedia incentivó leyes inéditas de seguridad en las salas, que comienzan a exhibir rollos de 10 minutos y más, reemplazando las cintas de uno a tres minutos de duración por producciones cada vez mejores. El público aplaude “Napoleón I”, “El asesinato del Duque de Guisa” (de Charles Le Bargny), comienza a disfrutar con Max Linder y se hace amable con “La vida tal cual es”, la famosa serie de Louis Feuillade... Y, por supuesto, aplaude gustoso o rechaza a silbidos a los personajes nacionales que ve desfilar en la pantalla.
Los primeros noticiarios chilenos son anteriores a 1910. Porque durante las Fiestas del Centenario de la Independencia, según la referencia crónica, se filmaron la mayoría de los eventos, que fueron estrenados en los días sucesivos con gran éxito, según los programas estrenados en esa época en “biógrafos” como el Variedades y el Unión Central. En estos primeros noticiarios formales destacan los camarógrafos Julio Cheveney y Arturo Larraín Lecaros, autores de no pocos noticiarios o “Actualidades” -como se les nombra-, muchos de los que se conservan a partir de los exhibidos en 1910, y que aún podemos apreciar gracias a la restauración que de ellos hizo Edmundo Urrutia para su película “Recordando”, de 1960. Debemos insistir en 1910, porque el 10 de septiembre la Compañía Cinematográfica del Pacífico estrena la primera película argumental: “Manuel Rodríguez”.
Así, casi desde los inicios del cine, se ubica Chile entre los países que intentaban expresarse con imágenes en movimiento o, por lo menos, dispuesto a registrar hechos que recreaban la vida. Aunque esta primera etapa, como en el resto de Latinoamérica, se conserva por la referencia crónica o por testimonios de algunos que la vivieron, entonces, el quehacer cinematográfico fue recibido desde un comienzo con beneplácito. Y si nuestros hacedores pioneros no eran genios como en Europa o USA, según se vería, sí eran personas de buena voluntad que hacían lo que podían más allá de simple entretención. En 1918, de hecho, se funda “La Semana Cinematográfica”, una revista especializada cuando “Cahier du cinema” ni se soñaba. Sólo entre 1922 y 1926 hay reseña escrita de 47 películas, de las que especialmente tenemos información por la investigación realizada por Eliana Jara en su libro “Cine Mudo Chileno”. Todo un patrimonio fílmico perdido, a excepción de la crónica histórica “El Húsar de la Muerte”, de Pedro Sienna, y de “Recuerdos del Mineral de El Teniente”, 1918, de Salvador Giambastiani y Gabriela von Bussenius, cinta que analizada por Alicia Vega (en "Re-Visión del Cine Chileno”), está realizada “con gran sencillez, informa de aspectos de la vida del mineral, registrando las condiciones de trabajo, las diferencias sociales y las miserias de un centro de producción... Giambastiani se expresa a través de cada plano, otorgando valor a la imagen por el solo hecho de encuadrarla, independientemente de que al relacionar un plano con otro, en el montaje, éstos cobran mayor densidad. Su forma expresiva básica no está en relación de un plano con otro, sino en el valor de cada plano, al encuadrar una imagen determinada o al realizar en algunos planos un montaje en cámara...” Sólo casi cuarenta años después, en su versión restaurada pudimos ver esta cinta, pero Giambastiani, incluso, llegó a formar algunos técnicos, entre los que destacará Gustavo Bussenius.
Un clima dispuesto, la economía sólida apoyada por la minería y los recursos marítimos, en la década de 1920, convirtieron a ciudades puertos de Chile como Antofagasta, Iquique, Valparaíso y Punta Arenas en epicentros de la producción de películas mudas entre los países de la región, convirtiéndose Chile entonces en un"Hollywood de Sudamérica", como nombra la investigadora Adriana Zuanic uno de sus documentales en que rescata específicamente la historia del cine producido en Antofagasta. Sólo en 1927, seis de nueve largometrajes producidos en Chile fueron rodados en la nortina ciudad puerto: "Madre sin saberlo", de Antonio Fernández Ruiz; "Madres Solteras"; "En la ciudad del oro Blanco", de Juan Abbá; "Los cascabeles del Arlequín"; "Buscador de Fortuna", de Arcady Boytler... en la ciudad en 1927 había cuatro productoras y existía una emergente crítica cinematográfica. En el semanario "Fifirife" se mencionaba la cinta "Cocaína", y se lee: "No la comentamos para no ensuciar nuestras páginas con tal porquería." Esta cinta pertenecía a uno de los hacedores de la época, el cineasta Alberto Santana, quien junto al fotógrafo Arnulfo Valck y el periodista Edmundo Fuenzalida daban vida a la productora Vita Films; la primera cinta que realizaron fue "Bajo dos Banderas", con la Guerra del Pacífico de telón de fondo. En 1928, se une a Vita Films el pionero Juan Pérez Berrocal, para filmar "Vergüenza", que por su tema, las enfermedades venéreas, fue censurado y prohibido por el Servicio Nacional de Salud: esto ocurrió el mismo mes y año cuando en USA se estrena "El cantante de Jazz" con Al Jolson, que inicia el cine sonoro, y que Chile adopta de inmediato.
En Latinoamérica, la época de los pioneros, coincide con los años en que surgen los realizadores que advierten el rico potencial del cine como expresión artística; es cuando aparecen los primeros teóricos internacionales, como Louis Delluc, Vachel Lindsay y Ricciotto Canudo, que lo define como “Séptimo Arte”. Y si bien la entrada del cine en nuestros países latinos fue, como en todos los sitios, un acontecimiento, su hechura fue aparentemente sólo un registro de actividades, primero, y luego un trabajo orientado a repetir moldes extranjeros para satisfacer a un público no demasiado exigente. Es cierto que no se ve un interés por trascender y sentar bases de un cine latino enraizado en nuestro ser cultural, en que el éxito se mide diciendo que es tan bueno “que parece extranjero”. Sin embargo, tiene algo noble a su favor: la tremenda voluntad de llevar a cabo proyectos que desembocaron en una serie de películas y una época excelente, si pensamos que fueron proyectos realizados sin recursos, equipamiento ni oficio.
© Waldemar Verdugo Fuentes.